A medida que cumples años es más complicado encontrar cosas que puedas hacer por primera vez. Hace un mes recibí una carta certificada que me obligaba a formar parte del proceso electoral como Presidente de mesa (Nada menos). Imagino, que como a todos los que recibieron esa carta, al principio, me pareció una faena eso de perder un domingo entero sentado ante una urna esperando que llegaran las ocho para contar papeletas.
Pero la realidad es que, a pesar de los avatares, la jornada electoral resultó francamente divertida. Tuve la suerte de ver la realidad de mi barrio, subirme en un coche de Policía (sin estar detenido), hablar con un juez, después de haberme pasado todo el día custodiado por dos abogadas, saludar al excelentísimo señor alcalde, ver que el funcionariado es mucho más eficiente de lo que los agoreros piensan o tomarme un chocolate con churros con apoderados de todos los partidos con representación parlamentaria.
Nunca me he considerado un patriota, no creo en las banderas, ni en las fronteras, pero sí que confío en las personas y aunque considero lícito ilusionarme y creer que nos espera un futuro diferente, también soy realista y sé que vivo en un país inmovilista, lleno de acojonados y en el que todavía vive gente que sufrió una guerra, o 40años de dictadura, que han hecho que, a pesar de los cambios, aún sigan viendo un mapa de rojos y azules, de izquierdas y derechas, o de fachas y quemaiglesias.
Es una lástima no poder explicarle a esa muchedumbre que viven en un lugar muy diferente al que sus desgastados ojos ven, que más que tener miedo, hay que tener ilusión. Si tuvieran la autocrítica que le ha faltado a los habitantes de este país en los últimos cuarenta años, verían que ayer empezaron a solucionarse, en parte, dos de las grandes lacras de la historia reciente de esta nación de naciones: una, el concepto de la política, que, por fin, requiere diálogo. Y la segunda, y más importante: que esos obsoletos gobernantes, que hasta ahora hemos tenido, tengan que bajar al fango a ver que la realidad, de este Estado multicultural, está muy alejada de lo que ellos ven desde sus poltronas. Al fin y al cabo, el futuro se escribe con pequeños detalles, sólo hay que saber interpretarlos.
Los ciudadanos exigen un acuerdo de Estado para que baje el nivel de pobreza, para que cada cuatro años no tengamos un plan de Educación diferente, para que los jóvenes no tengan que emigrar, para que la explotación laboral no llegue a los extremos que ha llegado en este horrible periodo de crisis, para que la dación en pago pase a la historia, o para que la cultura, exponente máximo de eso que llaman marca España, no tenga la restricción del IVA más alto de toda la comunidad Europea.
Toca escuchar lo que piensan los jueces de la justicia, los médicos de la sanidad, los profesores de la educación, los padres del futuro de sus hijos, los obreros de sus contratos precarios, los autónomos de sus gastos exagerados, los pequeños empresarios de las cuerdas que les ahogan, los artistas de la cultura, los catalanes de Catalunya, los vascos de Euskadi, en definitiva, los ciudadanos del país en el que quieren vivir. Toca ponernos de acuerdo para moldear el futuro que nos gustaría tener.
Ese es el legado que queda de esta repartición del poder que hoy parece tan difícil de analizar. Algo tan sencillo, como lo que ocurrió ayer en mi colegio electoral: Un chocolate con churros distendido en el que políticos de partidos, del signo que fueran, se reían juntos, se sacaban selfies y hablaban de los problemas de esta ciudad, o de este país, buscando soluciones, en vez de los «y tú más» que han estancado el entendimiento durante tantísimo tiempo. Un barrio que se moja para decir lo que piensa, te guste más o menos, una policía y un funcionariado que contribuye a que todo funcione mejor y personas, como tú, y como yo, que tienen derecho a reírse con el alcalde, con el joven que no sabe por donde empezar a votar, con el viejo que sonríe cuando mete su voto en la urna, o con el niño que se siente libre cuando su padre le trata de enseñar lo importante que es esto de elegir, de mojarse, o de decidir quien quieres que te represente.
Después de dos horas contando papeles, de reírme un rato invitando a una concejala de Podemos. a una apoderada del PP, y a los representantes de Ciudadanos y el PSOE a que llamaran a sus respectivos líderes para acordar unas cuantas merienda distendidas con chocolate con churros, de hacer un rápido análisis de la jornada con los amables policías que me llevaron al juzgado, de desear una feliz noche al juez y a los funcionarios que allí esperaban los recuentos, me fui caminando a mi casa, por una calle tan vacía como cuando juegan el Madrid y el Barça y el mundo se para. Pensando que España es un país diferente, con más futuro que pasado, que cambia más despacio de lo que a muchos nos gustaría, pero que, por una vez, me pareció un buen sitio para pararse a soñar, esas ensoñaciones de madurez, que durante tantos años han parecido una utopía.
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