Nos pasamos la vida buscando en las películas, o en las ensoñaciones, cosas que tenemos a apenas dos pasos del sitio en el que nos pasamos los días quejándonos.
Con el sol y los más de treinta grados, todo parecía llevarnos hacia el enésimo día de playa del verano, pero, por suerte, un ápice de inquietudes culturales frenó la llamada de la arena y optamos por un baño en el asfalto de la ciudad.
Y así, ataviados con la camisa de la libertad, nos fuimos a pasear por el centro del núcleo urbano a ver como cientos de personas daban rienda a su homosexualidad.
La vibración de los tambores de las batucadas del desfile ondeaban las banderas arcoíris coloreando las calles de una ciudad con más alegría que Río de Janeiro un día de carnaval y más libertinaje que la calle Fidel Castro de San Francisco.
Dejamos a Almodóvar rodando escenas mentales de lo que podría ser su siguiente película y nos fuimos a la calle poeta Quintana a ver lo que el Gallo Claudio nos había preparado en la tienda de discos Naranja y negro. El aroma de los vinilos nos trasladó a esas épocas de la goma laca en el que el sonido se valoraba por encima de la rapidez…
Nos tomamos la caña de rigor en la Cucaracha, leímos uno de esos fancines que tanto nos gustan y rematamos la tarde acabando de ver la exposición de Miguel Sellers en la Ambrossía.
Al día le faltaba un toque Woody Allen, por lo que recogimos a nuestra Annie Hall particular y fuimos al Adda a ver, por fin, un concierto del Fijazz.
Nuestros amigos snob nos pusieron los dientes largos recordando el concierto de Kenny Garret del día anterior…
El jazz lleva implícito un toque de elegancia que ningún otro estilo puede retratar. Por eso, a pesar de que el día no estaba para chaqués y lentejuelas, nos imaginamos un escenario más propio de los felices años veinte que de estos tiempos modernos de crisis.
Recordamos nuestra infancia en San Sebastián, la adolescencia con viajes a Vitoria, Getxo o Biarritz a ver a Chic Corea, Herbey Hancock, Max Roach, Bebo Valdés, Madeleine Peyroux… y esa nostalgia presente en cada recuerdo que el jazz nos ha evocado siempre.
Tomamos asiento en nuestras localidades y nos propusimos degustar el arte de uno de los mejores saxofonistas de los últimos veinte años. El principio olía a tranquilidad, pero a medida que los cuatro músicos se fueron calentando, el tempo de las canciones fue subiendo hasta el punto de llegar a excitar nuestra percepción: Encontramos matices rags en el sonido del piano de Ethan Iverson, un acercamiento a lo latino y ese punto hardbop que a nosotros siempre nos ha vuelto loco.
David King empezó a marcar el ritmo de nuestro admiración. Contuvimos la baba que pretendía empapar el contorno de nuestra boca cuando los virtuosos del escenario nos premiaron con un sinfín de solos que nos hicieron pensar que no era necesario viajar a Nueva York para deleitarse, una noche, con buena música. Nos compadecimos de los que no quisieron venir, aplaudimos las complejas composiciones de Reid Anderson y con la locura de «faith throught error», nos dimos cuenta de que el verdadero fallo es no saber valorar lo que tenemos.
Las escenas de tarde de Almodóvar, se mezclaron con partes de películas de Billy Wilder , la banda sonora de Woody Allen y la butaca más cómoda que te puedan reservar: la de la realidad vista desde la primera fila de la vida.
Ignoramos si el sr Redman encontró un buen urinario en el auditorio donde colocar su saxo, pero el sonido que extrajimos de él, sigue hoy, dos días después del concierto, repitiéndose en nuestra cabeza, escalando como notas imposibles en el pentagrama e incitándonos a pensar que el jazz es algo más que un recuerdo de nuestros veranos felices en Donosti.
Para terminar os recordamos que si queréis vivir una aventura similar a esta, el FIJAZZ sigue la semana que viene con más conciertos de primer nivel como el de Dee Dee Bridgewater, Snarky Puppy o Marcus Miller.
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