Autor: César Espí
Decía un premio Nobel que hay dos formas de refugiarse de las miserias humanas: la música y los gatos. También hay quien dice que los felinos pueden ser el mejor público para un compositor, pues su inquietante mirada, la interpelable quietud de sus gestos o la enigmática energía de su silencio, pueden ofrecerles sinuosas señales de aprobación o desagrado (los míos odian a King Crimson, lo sé por el sulfuroso alabeo de sus orejas cada vez que les pongo Larks Tongues In Aspic en casa) Tocar para los reyes de la sensorialidad exige a un músico de altura, y con Rufus T. Firefly, se puede percibir la vibración de quienes ya han hecho ronronear a más de un minino antes de pasar su repertorio a los humanos.
La banda, de Aranjuez, y el hijo mental de su letrista y compositor, Víctor Cabezuelo, ha dado en la diana con “Magnolia”, un disco grandilocuente de neo-psicodelia en el que se resumen las mejores destrezas de sus dos anteriores (“Nueve” y “Ø”), consiguiendo con él lo más difícil: un discurso propio y coherente de embelesadora emocionalidad donde uno puede probar a perderse. La desembocadura a años de trabajo que, como el propio Víctor relató durante el concierto, les tuvo a punto de arrojar la toalla en más de una ocasión. Shakespeare dijo que si el hombre fuera constante, sería perfecto, aunque en su caso, parece que quien perseveraba por él era el que le escribía de tapadillo las obras… Pero, para no liarnos, mejor hablemos del directo de Rufus.
El ciclo de conciertos “Momentos Alhambra”, nos regaló un show íntimo. Unas 150 personas sobre el escenario del Teatro Principal de Alicante, sentados en pequeñas butacas (de palco), y ante la banda a ras de suelo en formato semi-acústico. Fue curioso acceder al concierto a través de la puerta de artistas e intuir el teatro desde la perspectiva de quienes actúan, porque sólo por la experiencia ya se agudizaban considerablemente los sentidos (un efecto exquisitamente magnificado por las refrescantes Alhambras que se sirvieron gratis antes de la actuación).
La velada comenzó con una entrevista a la banda a cargo del programa radiofónico “Corrientes Circulares”. Un formato que parecía olvidado desde los tiempos de Paloma Chamorro y la “Edad de Oro”. Durante una media hora, Víctor Cabezuelo y Julia Martín-Maestro (batería e ilustradora del grupo), hablaron sobre los días de vino y rosas, los vaivenes del negocio, “Magnolia” o Jeff Buckley. Un ejercicio de humanización del músico más que conveniente en un mundo muy dado al “pim, pam, pum…fuera”. Una vez acabada la plática, el grupo se dispuso ante un set muy discreto, apenas una batería adornada sólo de un hi-hat y un timbal base, un teclado de seis octavas y la sugerente pedalera de Víctor; que, sin duda, hubiera hecho las delicias de la teniente Uhura en Star-Trek.
Arrancaron con Tsukamori, un fabuloso entrante para adentrarse en el universo de Rufus. La puesta en escena, sin embargo, me dio a pensar por un instante que, tal vez, el set elegido podría no ser el idóneo para una música tan abrigada y condimentada en arreglos como es la suya. Me equivocaba. Julia estuvo soberbia tras la batería, y no sólo en lo musical, también reclamando más presencia femenina en los festivales, a los que hoy en día no acuden más de un 5% de bandas integradas por mujeres, y no es por falta de propuestas sino que no las llaman. Todos sabemos que el mundo del rock es, por excelencia, el ejemplo de sublimación del “macho” patriarcal más estereotipado. A mi modo de ver, debiera ser el primer movimiento en someterse a un exorcismo que lo libere de tanto íncubo testosterónico. Algún día, si todo va bien, me arrancaré con un artículo en el que explique cómo “La Cosa” de John Carpenter sobrevivió a la Antártida y acabó detrás de un micrófono enfundado en mallas de leopardo y cardados delirantes; pero esto será en otra ocasión.
La banda interpretó algunas canciones de sus anteriores discos, fue el caso de “Metrópolis”, pieza que incluye un meritorio homenaje a otra de las mejores bandas de psycho-prog-rock que ha dado este país, “Stand Still”, y avanzaron la tarde a base de envolturas de teclado mágico, sinuosas líneas de bajo y derramando psicodelia progresiva a lo Hawkwind o Tame Impala, hasta llegar a “Cisne Negro” de su último trabajo. Para entonces, todos los allí presentes habíamos captado su idea cósmica de la vida, el dulce mensaje para un mundo desviado y la arquitectura laberíntica de una música que, por momentos, llegaba a provocar sinestesia.
Continuaron cuatro canciones más de corte acústico, entre ellas “Ruidos y Sueños” o “Halcón Milenario”, en las que Víctor y su pedalera (adornada de muñecos draconianos) dieron fidedigno ejemplo de que aún se pueden componer piezas con tres acordes de una calidad excepcional. Siempre he pensado que hay dos tipos de compositores: los que hacen canciones y los que juntan acordes. Víctor, desde luego, hace canciones. Seguramente, la más interesante de todas las que sonaron en esta segunda parte del concierto fuera “Loto”, un corte del que será su siguiente disco (y segunda parte de “Magnolia”), que continúa los efluvios etéreos de esta “Magna Opera” pero que me recordó, en cierto modo, a “I Talk To The Wind” de los primeros y más líricos King Crimson, (la única canción de esta banda que mis gatos aprueban con rotundidad).
Tras la reflexiva “Canción Infinita” de “Nueve”, la banda al completo terminó desgarrando cuatro temas más de “Magnolia” entre las que se pudieron escuchar “Nebulosa Jade”, cuya letra repasa una a una todas sus influencias musicales, y “Rio Wolf”, última canción y sensacional broche a un concierto repleto de emotividad y buen rollo. Durante los últimos compases llegué a percibirlos como una propuesta internacional seria y creo que, de algún modo, todos los allí presentes nos sentimos por un momento como esos gatos de panza caliente y mirada afectuosa que acompañan a los buenos compositores.
De todo, y con todo, me quedo con una frase que dijo Víctor durante la entrevista: “empezamos a funcionar bien cuando dejamos de quejarnos”, refiriéndose a sus inicios, cuando su música y su actitud estaban copados por tremendismos plañideros. Estoy con ellos. Hay otra forma de cambiar el mundo. Y esa forma es, sin lugar a dudas, el amor. Bueno, también los gatos. Claro.
Iris dice
Muchas gracias por la información. Gran aporte de esta web. Reciba un cordial saludo!