«Hay gente que piensa que el mundo se cambia en un día. Que la vida es algo así como una lotería que un día te toca y desaparecen los problemas, los errores pasados, las debilidades y las discusiones derivadas de todo lo anterior. Pero no, la vida, en realidad, es una largo camino en el que las cosas se cambian poco a poco: acumulando errores, desarrollando la capacidad de crítica y abriendo el abanico de la virtud de modificar tus gustos, tu manera de ver las cosas, o tu forma de encarar los momentos buenos, y los malos, según vas cumpliendo años.
Alicante es la ciudad de las prisas. Aquí la perspectiva es burda: simple, retorcida e inmediata. Asumir esa condición es la base para ser feliz por estos lares y más que adaptarse, hay que saber ir a contra corriente y optar por la suma, en lugar de por la resta. «
A veces, cuesta ser consciente de que esos pequeños cambios están sucediendo a nuestro alrededor. Sin que nos demos cuenta, son el principio de eso que llamamos futuro. Y el regusto de esa consciencia poco común por estos lares es la sensación que me llevo de la décima edición del Spring Festival, porque lo fácil es pensar que ha sido más de lo mismo. Pero, en realidad, yo lo veo más como un principio de otra cosa. El cartel ha sido previsible, ha habido situaciones surrealistas: típicas como la avalancha del hit de turno y otras menos frecuentes como escuchar un ¡Gol! en mitad de un concierto… pero ha sido divertido.
Los tiempos cambian y hay que adaptarse a ellos. La ventaja de Producciones Baltimore (nuevos «regentes» del sarao) es que llevan la profesionalidad por bandera y con ella han convertido lo que era un desastre organizativo en un remozado recinto en el que no se agota la cerveza, en el que hay baños de sobra para todos, food-trucks, olor a puerto mediterráneo y unas vistas cojonudas del Castillo, que también las había el año pasado, pero, a veces, una visión cambia dependiendo de la banda sonora que escuches mientras la miras.
Las pegas (para que no nos tilden de pelotas): los paréntesis entre conciertos, el poco riesgo a la hora de conformar el cartel y la continuidad del escenario de electrónica (por suerte, mucho menos concurrido que otros años).
En cuanto a la música, lo pusieron fácil. El primer día, concurso de sosez de frontwoman´s con La Bien Querida con traje de chaqueta Lila, Ariadna, de Los Punsetes, y su habitual pose inmóvil y Jota y su pitillo (no comment). La anécdota de la noche fue una pregunta generalizada de por qué el cantante de Los Planetas no salió a cantar «recompensarte» con Ana, igual que «La Bien Querida (y educada) salió a cantar «No sé como te atreves», cosas del rancio del Sacromonte…
Por lo demás, fue un principio de noche de viernes perfecto. Va a ser que la asociación MIM tiene razón reclamando más presencia femenina en los festivales, porque sin Ana y Ariadna, la noche no hubiera sido lo mismo. No es que seamos muy objetivos, porque «Premeditación, nocturnidad y alevosía» fue nuestro disco favorito del 2015 y ¡viva! ganó nuestro subjetivo «concurso» del 2017, de hecho, como les pasa a otras ordas de postadolescentes con Izal, íbamos predispuestos a que aquello nos gustara, así que, degustamos el espacio cedido por los tardones para dejar atrás los vaivenes laborales de la semana a ritmo de «de momento abril», «poderes extraños», «A veces ni eso» y esas dulces historias tristes con las que La bien querida nos remueve la patata y, ya puestos, cambiar el chip con la reivindicación porculera/filosófica de las letras de «opinión de mierda», «tus amigos», «Tu puto grupo» o «Mabuse» de Los Punsetes.
Con Los Planetas el recinto se quedó pequeño. Llevamos 20 años, o más, viendo conciertos (buenos, malos y regulares) de estos granadinos. Quizá por éso, esta vez, aprovechamos la ocasión para hacer un balance de postureo.
A estas alturas Florent, Eric y compañía son buenos representantes de la dicotomía típica española: o los quieres, o los odias (sin término medio). Y en la mitad, están los que escuchan las tres canciones más reproducidas en Spotify, pensando que hay más pop que psicodelia o shoegaze en el repertorio de estos «viejos rockeros» y se presentan en los conciertos con un cachi de cerveza una camiseta amarilla con una equis negra y con la idea de que no han pasado 3 o 4 discos desde que Los Planetas decidieron desalinearse del «indie».
Fue muy divertida esa variabilidad de trances con drogas de Islamabad y guitarra densa y caritas de mosqueo. Olé los cojones de quien ha vendido lo suficiente para que se la sude que la mitad del público huya despavorido. ¡Joder! la música es educación, y el baile no es más que una de las lecciones: luego está el criterio, el oído, la adaptación a los momentos, el respeto, el concepto gloria(mundial o autóctona), y otras lindezas que, también, deberían formar parte de los Festivales estos…
De repente, éramos un grupo de carrozas filtrados por el shoegaze en una zona temporalmente autónoma del puerto de Alicante, recordando los tiempos en los que España era un puto páramo de mediocridad de cuarenta principales. ¡Puta nostalgia! ¡a ver si la matan ya! (a la nostalgia, que no me quiero ir a Bélgica ni a Suiza a vivir).
Yo, si tengo que elegir, soy del primer grupo: los que aman a los Planetas… tenía una prima muy insistente que me ponía el «que puedo hacer», «segundo premio» y demás gloria primigenia ,como un taladro sin broca y al final pasé de Nirvana al Rock Granaíno sin autobús, ni motor intermedio. Respeté sus óperas egipcias y sus otras incursiones flamenco-psicodélicas y ¡qué cojones! me mola su último disco, casi tanto como el primero y aquello, me compensó la entrada, porque fue el último atisbo de «no evidencia» de la noche.
Luego llegó Dorian con su nueva «Justicia Universal» a cuestas. Me quedé un rato, pero me dio pereza, o quizá me di cuenta de que a estas alturas de mi vida valoro más el riesgo que lo repetitivo. Marc Gili tenía el día bueno y siempre viene bien una dosis de «temblor» «paraísos artificiales» y «tormentas de Arena», pero esta vez, en vez de bailando, lo disfruté de camino a casa, que con tanta agenda cultural y tanta valla para salir, hay que saber dosificarse… y escoger los momentos…
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