Llevo cinco años en Alicante y, rara vez, he visto un vínculo real entre esta ciudad y Valencia. Nos «otorgan» el 2% del presupuesto de cultura (cuando componemos el 37% de población de la Comunidad), nos llaman «sur» de manera despectiva e incluso tengo la sensación de que han olvidado que hasta hace bien poco no han sido conscientes de que, a falta de presupuesto, hemos desarrollado una imaginación que bien quisieran ellos para ciertos aspectos.
Hay muchas formas de volver a coser los hilos rotos de esta relación. La más factible es la inclusión, hacernos partícipes de una ilusión común que escape de tópicos y superioridades y tenga en cuenta la diversidad latente en una provincia con realidades tan dispares como las que viven en Alcoy, en Benidorm o en Orihuela.
Personalmente, celebro que, por una vez, nos cedieran un estreno y más teniendo en cuenta el mensaje que transmitía el «animal de Sèquia» de Sol Picó, un paseo por la historia y las tradiciones valencianas que merecen más de una reflexión. Por no hablar del éxito de público que tuvo, lo que demuestra el interés cultural creciente de los alicantinos.
Como inmigrante sentado en la butaca, la primera impresión es pensar que gran parte de la «rivalidad» llega del desconocimiento. Mi curiosidad me ha hecho empaparme de la historia de esta ciudad y el mestizaje implícito en cada uno de sus capítulos. Con la excusa de la web viajo a menudo por diferentes rincones del entorno descubriendo variadas realidades con más o menos apego a eso que llaman tradiciones. Y en ese tránsito, no entiendo bien esa distinción que asocia lo propio con lo cateto, o la que lo protege hasta el punto de que requiera un intenso esfuerzo formar parte de ello.
Entre el orgullo y el desprecio hay un punto intermedio que el espectáculo de Sol Picó describe a la perfección. Nos une la pólvora, nos une el arroz, nos une el folclore, els bastoners, la tomatina, el fuego, La Torre de les Maçanes, los llauradores, los versos de Estellés y las fiestas con música de Chimo Bayo. Y no, unir todo esto en algo más de una hora de bailes, músicas estridentes y olores fumigados no es nacionalismo, ni fomentar lo que no es. Más bien es dar la posibilidad a quien no lo conoce de experimentar una visión diferente y contemporánea de lo que unos adulan y otros ningunean sin término medio.
La rueda de prensa del día previo al estreno empezó a evidenciar lo que debería ser, con Sanguino hablando en valenciano, Sol Picó sentada en un sofá como si, después de 30 años «de exilio», el Principal volviera a ser su casa, Abel Guarinos haciendo labor comercial de ese vínculo necesario que también hay que saber «vender» y hasta un micrófono de A Punt en una mesa en la que a veces echamos de menos que la agenda cultural de un medio público salga a pasear más allá de Gandía.
Aparcar la duplicidad es el éxito real de «Animal de sèquia». 8 bailarines «millenials» (4 de la provincia y 4 del resto de la comunidad), una banda de 30 demostrando que más allá de lo tradicional hay movimientos y vestimentas que darían cierta modernidad a la solemnidad de determinadas fiestas, un vestuario muy cuidado y una historia que se entiende a la perfección. Sin idiomas, pero con un lenguaje que inclusivos y excluyentes comparten.
Sólo quien vive inmerso en los defectos suele sentirse acomplejado. Por eso es tan importante que hasta los animales de sèquia paseen por Alicante, Castellón, Valencia, Alcoy, Barcelona… y más allá de todas esas fronteras que quedan por derribar.
El resto quizá sea un TO BE CONTINUED de la historia que aún nos queda por escribir.
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