Convivir, formar parte de tu entorno, pertenecer a una comunidad… hay conceptos que la sociedad actual debería trabajar, porque mejoran tu día a día. Al fin y al cabo, no todo el mundo tiene la capacidad de enfrentarse solo a la realidad que le rodea. Y en esos casos, es importante tener un buen vecino, o un barrio activo, que te proporcione sal cuando la necesitas, o que te haga despertar con una charanga el primer sábado de junio.
Vivir en Poeta Quintana es una de las mejores ideas que he tenido desde que llegué a Alicante. Aquí la gente predica con el ejemplo, y más allá de la burda queja sobre la importancia del comercio local, busca que oriundos y visitantes se impliquen y entiendan lo atractivo que resulta conocer a quien te está vendiendo, ya sea con una simple sonrisa o con eventos como «Quintana en flor», «la noche en vela» o «Halloween», donde todos juntos hacen un esfuerzo para que conozcamos un poco más de cerca los encantos de una vieja zapatería, la mercería, las dos tiendas de «material de Bellas Artes», los bares, las peluquerías, «el chino de la esquina» o el buen gusto de «la guiri» de Read & Sixty.
Aquí tenemos de todo: un vegetariano, un gallego, dos cucarachas, el Jacapaca, el Liberty, el Tobar, una óptica, un hostel, cafés clásicos y modernos, un zapatero de los de antes, las gráficas más antiguas de la ciudad, una farmacia en cada esquina, una croissantería, una tienda de aperitivos, un Carrefour express para emergencias, panaderías, una charcutería, la tienda de cervezas con más variedad… y esquivando macetas, picoteamos en las mesas de La Dulce Elsa e Ibéricos Quintana, mientras una charanga tocaba canciones de festival, y una reunión de «l@s niñ@s del barrio » se entretenían en la zona vallada del principio de la calle.
Hoy los comercios salen a pasear… otros sábados el entretenimiento es comprarte un disco en Naranja y Negro, buscar una peli en «Celuloide & Co» o dejarte llevar por las locuras de Pynchon & Co antes de las ordas del tardeo se lo carguen todo. Entre libros los sábados vuelan, pero esta vez, aparcaron las presentaciones y los talleres, para llenar con la música de Vera Green el espacio de la entreplanta.
Entrar allí y sentarme en uno de los sofás mientras aquello se iba llenando fue un ejercicio de nostalgia recordando las matinales musicales de Garoa. Por lo visto el éxito de la música entre libros no es cosa de Zarautz, porque la vida del barrio se congregó en aquel pequeño espacio para degustar una sesión de dulzura musicada en formato acústico.
Con el aforo completo, con niños, padres, embarazadas, fotógrafos (profesionales y aficionados) actrices y cronistas, la historia empezó a escribirse con Vera Green, su voz, su acústica y la parafernalia a pedales de Manolo Medina como acompañamiento.
Los títulos de los libros acumulados en las estanterías nos distraían mientras la señorita Lu iba enterneciendo a los presentes entremezclando canciones del «Blablablá» temas del «Le Paradis» y breves haikus explicativos entre medias. El formato fue todo un acierto: crudo pero no desnudo, matizado como un verso de Pizarnik, atrayente como una novela de Orwell y lo suficientemente entendible para que una niña de apenas tres años atendiera sentada.
Obviamente, no soy objetivo, porque a mí de Vera Green me gusta más la parte oscura de «slow down» (mi favorita hasta el sábado), «Carob Tree» (sintiendo a pesar de todo) o «Burning» que otros temas más «blanquitos».Si a eso le unimos un toque de vieja chanson française solo faltó un sorbo de vermú para que la mañana hubiera sido perfecta.
Destacar el estreno de «Madame Bovary», una canción muy redonda escrita en femenino, que imagino que formará parte de eso que han estado grabando en Harrisound. Como single, me pareció un auténtico pelotazo, buena letra, música latente y reivindicación a partes iguales.
Salí de allí con ese buen gusto que te dejan los conciertos en petit comité, pensando que toda buena historia necesita una buena banda sonora. Quizá este barrio tenga su propia música, o tal vez su secreto no sea otro que el haber recuperado el gusto por escuchar todo lo que te rodea. La vida era así antes, cuando la sociabilidad y la buena vecindad eran más importantes que los likes de Instagram. Solo por mantener viva esa llama, hay que aprender a valorar el tiempo, el comercio local, las personas que te rodean… en definitiva, la vida real con libros de Pynchon, discos de Naranja y Negro, bocados de La Cucaracha y la historia que conforma el latido de todo lo demás.
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