Cuando uno llega a Alicante, tiene la sensación de que no tiene historia, o que la ha perdido en algún punto desconocido de su transitar de acontecimientos. Aquí es común echar en falta apegos que vienen dados, normalmente, por el interés en preservar lo que fuimos para entender lo que somos ahora, un ejercicio de nacionalismo mucho más práctico y sensible que ondear una bandera.
Con el tiempo te das cuenta de que el problema es que una serie de caraduras paletos han ido enterrando el legado secundados por una población que no ha puesto el interés que debiera en preservar el legado, la imagen y los monumentos que representan lo que esta ciudad fue a lo largo de la historia.
Pero todos tenemos remordimientos. Incluso los que no tienen problema en reventar con pólvora nuestra fuente más representativa, los que dan permisos para construcciones dantescas o los que dejan que un cine histórico se caiga a pedazos.
El propósito de enmienda se llama «La Llum». Un centro de investigación y conocimiento de las vanguardias creativas alicantinas de finales del XIX y el siglo XX, que recoge «la herencia archivística y documental de personalidades alicantinas de prestigio y obra universal».
Ubicado en la sede de la Fundación Caja del Mediterráneo, este espacio se reabre con la pretensión de revivir el legado de creadores alicantinos de la talla de Gabriel Miró, Azorín, Oscar Esplá,Emilio Varela, Carlos Arniches o Eusebio Sempere, entre otros. Y su pretensión no es otra que convertirse en un centro de documentación, innovación e investigación, para acercar a la ciudadanía una época dorada de la historia de Alicante, mostrando que aquí nacieron y vivieron personajes de relevancia universal en materias como la música, el arte, la ciencia, el periodismo o la Literatura.
A partir de hoy, la luz de la historia vuelve a encenderse para que colegios, individuos, turistas y curiosos puedan conocer la influencia de estos personajes en las vanguardias creativas de finales del siglo XIX y el XX.
Quien sabe, quizá fomentando el apego a nuestra cultura y valorando las aportaciones de nuestros intelectuales, sepamos reescribir el presente, para que las generaciones futuras puedan enorgullecerse de lo que ahora estamos haciendo.
Para ello, la pedagogía siempre es un buen comienzo y gracias a la generosidad de las familias legatarias podemos entender mejor, cómo hemos llegado a esta mediocridad institucional que ha destrozado apegos y tradiciones a conciencia. La verdad es una y, por suerte, no se puede reescribir. Valorémosla y dejemos que nos ilumine hoy.
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