Hay dos teorías sobre el efecto que esta pandemia va a tener en la sociedad. La primera dice que va a a ser un punto de inflexión y que este periodo de reflexión nos va a servir para ser una sociedad más solidaria, más verde, más cultural… la otra, menos halagüeña, dice que todo ésto no hará más que evidenciar que somos gilipollas.
De momento, el primer signo de apertura (el «permiso» para que l@s niñ@s salgan de casa una hora) ha evidenciado que, al menos en la dual España, hay visos de que va a ganar la segunda opción. Porque hay que ser muy zoquetes para saltarse las recomendaciones y aprovechar la reclamada medida para hacer corrillos en los parques, usar a tus hijos como escudo para correr (cuando ya se había anunciado que en una semana podrás hacerlo sin necesidad de tretas) o para quedar con tus amig@s… y estirar la hora de margen para hacer el mequetrefe por la calle.
Yo, que tengo una hija de 10 meses, salí 20 minutos de casa. Al llegar a la vuelta de la esquina, vi a un grupo de gente arremolinada en torno a unos columpios, con padres compartiendo bancos y niños abrazados, revolcándose por el suelo o compartiendo juegos como si nada hubiese pasado. Al darme la vuelta con nauseas, me ha abordado una mujer preguntando si sabía cuál era la farmacia de Guardia. Si no uso el carro para disuadirla, hubiera roto el metro y medio de seguridad «establecido», pero no conforme con éso, ha asomado su geto para ver a mi hija como queriéndole hacer una carantoña.
Así que, siendo escueto y lo más educado que he podido, le he dicho que mirase en la puerta de la farmacia y me he vuelto hacia mi portal escoltado por una furgoneta de policía que iba a paso de tortuga mandando para casa a una señora que «a grito pelao» esgrimía que: «le dolía mucho la espalda para quedarse en casa», y dispersando a tres madres que caminaban en comandita con sus carros de bebés. A pesar de la vista gorda y la buena fé policial, sólo en Alicante han sancionado a más de 50 personas hoy por saltarse las recomendaciones (llevan 2740 multas durante la cuarentena) y han tenido que «dedicar gran parte de su tiempo a explicar a los viandantes las normas y sus limitaciones». Es decir, mucha tontería saturando Whatsapp, pero lo importante nos los pasamos por el forro.
Al llegar a casa, en la radio seguían con el discursito de que ésto va a cambiar el mundo, mientras yo pensaba en los madrileños que vinieron a la costa al declararse el estado de alarma, en la gente que ha sacado una foto (a pie de calle) al día de lo vacío que está su barrio, o del que aprovechaba libertades como poder ir al super para darse una vuelta, o hacer la compra como si nada pasase (hoy unas patatas, mañana las cebollas, pasado las berenjenas..).
En fin, que los optimistas hablan de excepciones… y yo, que me paso horas, por trabajo, navegando por las redes, veo una estrecha relación entre los que se quejan de la gestión del Gobierno y luego se saltan a la torera las recomendaciones, ya no del presidente, sino de los sanitarios a los que aplauden a las ocho.
Por cierto, hablando de la rutina del balcón… hoy ha rematado la goleada de la teoría del «todo quedará como estaba… o peor».
A mi hija (repito, de 10 meses) le cambia la cara cuando empieza a sonar el «resistiré»a todo trapo y se empiezan a oír los primeros aplausos. Hoy, como todos los días, ha tirado su puzzle, me ha mirado con la mayor de sus sonrisas para que levantara el estor y procediéramos a tributar el homenaje diario a nuestros sanitarios. Pero al abrir la ventana, mi vecino facha estaba cantando el «Cara al sol», la comunista ha replicado con el «bella Ciao» mientras los peperos golpeaban cacerolas y los «sociatas» aplaudían impetuosamente. Con las horas que tiene el día, y nos cargamos lo único que hemos hecho a la vez los españolitos (aparte de, como cantaba Mecano, comernos las uvas).
Han dejado salir a nuestros hijos y ya volvemos a ser el país de siempre. A tomar por culo la solidaridad, la unidad y las buenas intenciones. Aquí están de vuelta el egoísmo, la primacía de las siglas y el patriotismo de pacotilla, para demostrar que, definitivamente, somos gilipollas. Eso sí, cuando haya un rebrote, le echaremos la culpa al pobre Fernando SImón.
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