Algunos lo llaman paguita, otros salvación… entre medias están los que lo usarán de complemento… el caso es que indagando, no son pocos los que en mi entorno cercano van a solicitar el Ingreso Mínimo Vital. De hecho, yo mismo, si esto hubiera pasado hace un par de años, ya hubiera rellenado los impresos pertinentes.
Y no, no son vagos. Tampoco son incultos. Simplemente, viven fuera del sistema, no por convicciones políticas, sino porque no tienen un lugar propio al que pertenecer. Unos porque son artistas y han sido devorados por la precariedad de la no contratación, o la contratación en negro. Otros porque se creyeron que el anglicismo Freelance era una forma de vida. Y también los hay deprimidos porque tras años estudiando, han caído en el decaimiento más absoluto del rechazo o se han pasado lustros metidos en la habitación para prepararse para la pelea de gallos que supone optar a una plaza de funcionario y asegurarse un sueldo para salir de la mierda.
Como véis, abundan las opciones, pero muchos sólo piensan en la picaresca y en los maleantes que, supuestamente, sangraron las arcas públicas en el pasado.
Dar por sentadas las trampas es un mal endémico de este país. Ahora que nos peleamos por envolvernos en una u otra bandera y que la patria tiene tantas definiciones inválidas (porque, en ningún caso, abarcan a todos los ciudadanos), basta con darse un paseo para distinguir las penurias de quienes llevamos años al borde del precipicio.
He ahí el problema, la dependencia del dinero para sobrevivir. Que en lugar de subvencionar el talento se haya optado por las prisas, la mediocridad y el robo. Quizá aparte de una paga, habría que replantearse un cambio de sistema económico y dejar atrás todas estas precariedades derivadas del turismo barriobajero, la carrera de político y los pelotazos inmobiliarios.
La feria de las etiquetas sigue su curso y con 35, 40 o 45 años seguimos sumidos en la incertidumbre que ninguna otra generación tuvo. He perdido la cuenta de las veces que me han pedido paciencia. La cantidad de ocasiones en las que me vendieron un futuro mejor.
Hoy no me puedo quejar, porque como digo, convivo con decenas de personas que ya no saben lo que hacer. Gente que se pasa la vida recibiendo lecciones. «Deja la música», como si en la eternidad de la hostelería o en la obra la cosa estuviera mejor. «¿por qué pierdes el tiempo con el teatro?» – «Eso es un hobbie» – «Eso no es serio» – «Éso no es suficiente».
Ayer me tomé un café con un músico que esa misma mañana había rellenado su solicitud. Dos meses lleva viviendo de la caridad, sin poder hacer un concierto en streaming porque no tiene para pagarse el Internet, con el frigorífico vacío y los cojones de corbata, tirando de la pensión de su madre para no acabar debajo de un puente. Y sí, trabajó de camarero, dibujando caricaturas, arreglando frigoríficos, en la recepción de un hotel… todos trabajos puntuales: cuatro o cinco contratos de uno o dos meses, 3 meses de paro, y vuelta a la rueda.
El sino de una generación se ha hecho efectivo. Lo triste es que sea más rentable ser político o ladrón que artista. Que los freelance vivan con el agua al cuello y tres meses malos pueda llevarlos al abismo, o que esta «paguita» no sea una motivación y requiera una formación complementaria o un trabajo comunitario que te haga salir de casa para quitarte la depresión de que no te contrate ninguna de las 200 empresas a las que has enviado tu currículum.
Pero claro, es más fácil dar por sentado que todo es una cuestión de picaresca o de votos…
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