(Texto escrito tras los debates en petit comité surgidos a raíz de la Feria del Libro, el DIM y el Festival de Cine de Alicante. Al final del post salen nombres de participantes en esos cafés/debates, o que salieron durante la conversación. La pregunta es por qué no forman parte de una especie de órgano consultor, o algo parecido, que evite desaguisados y disputas innecesarias):
Alicante tiende a acallar las voces críticas. Y eso es algo triste para alguien que, como yo, vive justamente de analizar lo que ve. alicantelivemusic.com tiene su público y a él nos dedicamos habitualmente, partiendo de la base del mínimo de inteligencia, y tiempo, que requiere leer estos engorrosos textos.
Pero hoy vamos a tratar de llegar al resto de la gente de esta extraña provincia en la que vivimos, porque, al fin y al cabo, convivimos, aunque, seguramente, a ell@s les guste tan poco como a nosotr@s, que tengamos que compartir determinados espacios.
Para alguien que parte de la premisa «platoniana» del «solo sé que no sé nada» es difícil enfrentarse, día a día, a gente que cree saberlo todo (aunque eso sea imposible). Lo curioso es que esa creencia, hace a gran parte de nuestros convivientes: arrogantes, sordos e incapaces para cosas tan maravillosas como empatizar.
Si os fijáis, no abundan los debates en estas tierras. Y los que hay, son templados. En vez de buscar respuestas en el diálogo, la mayoría se aferra a su verdad absoluta, con todas las consecuencias. Lo malo para ellos, es que una de las consecuencias de esa forma de proceder, es encontrarse de frente con la crítica. No la pataleta anónima de una cuenta de Twitter o Facebook, sino la de una voz autorizada que pone de manifiesto un error, un descontento o una forma diferente de entender las cosas.
Una crítica bien hecha, aparte de mucho tiempo de reflexión, lleva implícita una dosis de modestia, otra de empatía, una de didáctica y otra de receptividad. De hecho, la base de la crítica es asumir que el que hace la apreciación es, irónicamente, el más vilipendiado, de ahí que el que juzga habitualmente, no tiene más remedio que ser minucioso en su opinión.
El problema llega cuando quien debe interpretar tu «sugerencia», no se toma, al menos, el mismo tiempo que tú en pensar cómo tomarse la crítica, o, al menos, en entenderla. Y ahí, justamente, está el kit de la cuestión: La falta de conversación nos ha llevado a vivir en burbujas cerradas, a las que solo entra gente de nuestra cuerda. En ella no existen discrepancias, pero en la realidad, sí: hay que convivir, hay que discutir y hay que llegar a acuerdos. Y en ese proceso, quedan retratadas las aptitudes y los defectos de cada uno y se evidencia que muchas veces uno no siempre merece el cargo que ostenta, lo haya votado una mayoría, o haya tenido más capacidad memorística en una oposición, o tenga 2 millones de lectores al año. Sí, nos metemos en el saco, porque aquí también nos equivocamos, y mucho. La diferencia es que no nos cuesta, tanto como a otros, rectificar.
Precisamente por eso, deberíamos tratar de diferenciar cuáles son las voces autorizadas en los temas de nuestro día a día. Si tenemos que resolver un aspecto técnico o legal, llamamos a un funcionario, pero en la cultura la ambigüedad es el sino de nuestro trabajo. Y es curioso, que cuando surgen los debates, los escaldados sean los que más saben.
Para no cometer el mismo error que a los que va dedicado este post, citaré 3 nombres de 3 ámbitos diferentes: Bea Martínez (Cine, Mediterránia Audivisual), Ricardo Domínguez (Ros Film Festival) y Marina Vicente (Literatura, 17 Musas, entre otras cosas).
Hay muchos más (Toni Cristobal, Alejandro Tevar, Chus Seva, Sara J Trigueros, Miquel Hernandis, Iria Fariñas, Antonio Sempere, Juan Luis Mira, Asun Noales…), pero creo que estos tres son bastante divergentes, se mojan y es indudable su contribución a la mejora de muchos aspectos de la cultura local, aunque nadie se lo agradezca en la medida que lo merecen. Yo, Jon López, no soy amigo de ninguno de los tres, pero como estoy en medio de tantas cosas, me he visto envuelto en muchos tiroteos cruzados en los que, a veces compartíamos bando y otras no.
Estas tres personas son voces autorizadas en sus respectivos ámbitos. Y ¡Coño! hay que escucharlas. Luego puedes estar o no de acuerdo en determinados matices, puedes discrepar en el grado de utopía, o en la pasión que quizá tú no le pongas a la órbita en la que ellas cohabitan. Pero ¿por qué ignorar su aportación? ¿por que no te gusta? ¿porque no te conviene? ¿porque no es de tu cuerda? ¿porque dice lo que tus amigos no se atreven a decirte?
Pues he ahí la importancia del debate. Nadie dice que un político, un funcionario o cualquier persona que tenga que tomar una decisión no pueda equivocarse. El delito es no poner los medios para equivocarse lo menos posible y para eso, hay que escuchar las críticas. No tienen porqué ser públicas, de hecho, no creo que nadie con ganas de cambiar las cosas rechace tomarse un café para hablar ¿tanto cuesta sacar cinco minutos?
Pues eso… tampoco hay tanta gente aquí que merezca esos cinco minutos. Y el no tomárselos, nos saca de la lista de ciudades/provincias que funcionan, justamente, porque esas crean mecanismos que complementan muchas, y diferentes, ideas partiendo de las cosas que sí que tienen en común.
En el fondo, el fin es el mismo: Se trata de dignificar al artista. De crear y fomentar productos de calidad. Y, más a largo plazo, de generar una idiosincrasia propia con la que paletos, eruditos, jóvenes y viejos puedan sentirse identificados.
No hay que ser muy listo para ver lo que funciona y lo que no. De hecho, podríamos partir de una calendarización simple e ir arreglando defectos sobre la marcha. En el fondo, se trata de integrar lo propio y lo minoritario en esta ola que cada vez es más grande. Y no, no se trata de excluir, sino de motivar. Y en la crítica está la base de esa posible mejora del abstracto todo en el que se mueve la cultura.
¿Hablamos ya de futuro?
Deja una respuesta