83.000 personas nos hemos cruzado este fin de semana. Cada uno con sus sueños, sus rarezas y sus particularidades viviendo una misma emoción llamada Low Festival, en Benidorm.
Lo de que al tercer día se puede resucitar es discutible hasta que la vida pone en tu camino un guión digno del más oscarizado de los idealistas. El sol pone la energía que te falta, arramplas con los restos de comida de tu refugio de tres días, compartes experiencias con tus nuevos amigos de festival, te maquillas con la esperanza del papel arrugado de tu bolsillo y descubres que tu amor por la vida sigue intacto.
No es que sobre el oxígeno, pero tienes claro con quien compartir los restos del epílogo. 5 años después sigue estando ahí, a tu lado, agarrando tu mano cuando la vibración del bajo de Isa hace sangrar tus oídos o cuando Xoel tienta a la sensibilidad de los buenos recuerdos humedeciendo el contorno de tus ojos.
La magia existe, está ahí aunque no podamos verla, ni entenderla. Y abre, como en un cuento de hadas, pero sin varitas, la primera puerta. Es Anni B Sweet con un vestido negro y unas botas altas. Tragas saliva, pides una cerveza y te sientas en el césped amarillento a escuchar. Te dejas llevar por los susurros y los riffs apaciguando los restos de siesta a la que has renunciado por verla. Y te das cuenta de que, aunque insistan, no se parece tanto a Russian Red. De hecho, con sus compañeros de escenario, hay parecidos más razonables con la Janis de Woodstock o con alguna sonwriter country de los bares del sur de Estados Unidos.
La hora se queda corta, y hay muchos niños bailando y recordando a los canosos, que la inocencia no hay que perderla nunca… y corres, mientras el final del concierto se mezcla con la música que Me & The Reptiles pincha en el escenario pequeño.
En el horizonte, unas tablas vacías, con una estela abierta que nos conduce a la primera fila. El día se ha puesto Bizarro, es tarde para romper cristales, pero no para jugarse los tímpanos botando con tu ¡niña! y dejando que los pálpitos de tu corazón se sincronicen con la velocidad que Rafael Mallo marca desde la Batería.
Con la oscuridad de la noche, enloquecemos y el pasado empieza a perder sus hojas en forma de «Un rallo de sol» llegado desde el 2013 y un amigo del género humano que en 2010 era mi hermano, y ahora no sabría como definirlo exactamente.
El caso, es que por fin un grupo ha elegido una setlist bien. Hits, pinceladas de un último disco, para muchos el mejor del año pasado, y la intensidad de los ritmos shoegaze mezclándose con el rock más salvaje que termina con un crimen narrado, una barca quemada y el fin de la monarquía de la legión extranjera del Low.
Llegamos tarde a nuestra cita con Lori Meyers… Con lo que les ha costado el montaje de iluminación (ya era hora que alguien se percatara de la importancia del espectáculo de luces en este país) intuíamos que el concierto se parecería bastante al que vimos en el Wam. Y acertamos.
Con la sincronización de música e imagen, nos da la sensación de que las canciones se ralentizan, o quizá sea que en los dos últimos discos, el registro de Noni y compañía ha variado. Y éso se nota en el público, los treintañeros, mayoría el domingo, prefieren los temas antiguos, y los pipiolos disfrutan más con cosas más superfluas como «Emborracharme», «siempre brilla el sol» o «el tiempo pasará».
Así que con los últimos acordes de «Mi realidad» nos vamos a buscar la calidez del concierto marcado en rojo en nuestro itinerario.
Xoel López viste una chaqueta marrón, y tras él, una ristra de buenos amigos de fatigas, con Charly Bautista como director de orquesta, para repasar los casi 20 años de carrera del, cada vez menos tímido, gallego de Ópera.
Lo echábamos de menos (y no éramos los únicos). Se ve que aquella terapia atlántica del 2012 fue algo más que un desahogo personal. Y que la curiosidad, o la fidelidad, ha llevado a muchos a indagar en un baúl llamado Deluxe, que ni siquiera el carácter efímero de la música de hoy en día, ha podido enterrar.
Nos sorprendió con un «I see you in London» de la época de la Odisea espacial de Kubrik, mezclado con temas que nunca fallan: «No es mi primera vez», «el amor valiente», «Historia universal», «Reconstrucción» o «Que no» y viajes a tierras recién pisadas como «Tierra» «Todo lo que merezcas» «A serea o Mariñeiro» (que cantamos como si fuéramos gallegos) o «Yo solo quería que me llevaras a Bailar».
Con Xoel, no hacen falta alas para volar, uno se deja llevar y flota rodeado de hombres de ninguna parte, caballeros, damas cansadas de estar cansadas y lunas con rostros diversos. Es algo inexplicable, pero reconstituyente. Un antídoto contra el veneno de la monotonía y un «quedarse con las ganas» perpetuo que hace que rebusques lo que sea necesario para volverte a encontrar con él, en otro contexto y en otro lugar, pero con un efecto final, que siempre es el mismo: la paz.
Después de éso, todo parece nimio, incluso el torso desnudo de Björn Dixgård… llegamos a tiempo para «Dance with somebody» y «down in the past», comprobamos que los temas de «Good Time» suenan mejor y les perdonamos la castaña de concierto que, Mando Diao, dieron en el Sonorama del año pasado.
El viaje acabó con una pincelada de Columpio asesino. Lo justo para quitarnos el mono de llevar mucho tiempo sin verlos. Nos hubiéramos quedado más tiempo, acabando la noche con «Toro», o viendo a Samonik y Depilada (hacía tiempo que no nos pasábamos un día de Low sin visitar el escenario Wiko). Pero la historia continúa más allá del último acorde de canción.
Pero incluso sin música, el baile siguió en el camino de vuelta…
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