No todas las partes de una aventura salen en el cuaderno de bitácora. Antes de izar anclas, o partir, hay que prepararlo todo, mentalizarse, conocer a la nueva tripulación, engrasar la cadena de mando y empezar a visualizar el viaje.
Cada marinero tiene su cometido. Unos limpian. Otros van al mercado. Otros ordenan. Y yo imprimo fichas para recoger datos y guías de aves, de cetáceos, de especies marinas. Es mi forma de visualizar el trayecto mientras respiro hondo pensando que es una suerte que mi pasión y mi trabajo sean lo mismo.
Mañana recogeré a los voluntarios. Me gusta ese primer contacto en el conoces sus porqués, mientras se te escapan los tuyos.
Me gusta menos ser quien convierte sus ensoñaciones en realidades, mientras les explico los turnos, las previsiones del viento y las fichas que repartirán el trabajo a bordo.
No todo el mundo se adapta al ritmo de la misma manera. Y, obviamente, los primeros días soy yo quien supervisa esa integración, que la experiencia, en si, irá transformando en confianza, hasta que llega un punto en el que el trabajo se reparte sin necesidad de fichas… y todos compartimos todo.
Acabo de llenar la cocina de productos de kilómetro cero. A un lado una despensa llena de tomates, berenjenas, alcachofas y pimientos. Al otro unos papeles por rellenar. En unos días será justo al revés. Se acumularán los datos y nos faltarán cebollas. Pero entre medias, aparte de platos, compartiremos vivencias, aprenderemos a convivir y, sin saber cómo, seremos como el mar que navegamos. Orillas que, aún pisadas mil veces, siempre tienen cosas nuevas que ofrecer.
fdo: Alexander Sánchez Jones.
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