No se me ocurre una frase mejor para definir el concierto de The Covids y Nestter Donuts que: «Alicante necesita (más) PUNK».
No sé si el estilo de música como tal, o si es una cuestión de actitud, o de quitarle la parte rancia a la estética. Quizá soy viejo y de otra puta época, en la que la única opción de cambiar las cosas era revelarse, pero la verdad, echaba de menos una buena sesión de pogos, gritos, desnudos (casi) integrales y suciedad.
Éramos pocas, y eso es lo triste. O no. Porque a veces, no es sano compartir cosas con gente normal, que piensa normal y vive acotada en los supuestos de felicidad que ven en los anuncios del sustituto de la vieja caja tonta.
Instagram no te cuenta lo bueno que es recordar, conocer gente con cierta afinidad, intercambiar visiones sobre política, cultura y estado de la nación, o simplemente, tomarte una cerveza a gusto viendo como un tío con su criterio y su historia, vuelve a casa a costumizar el costumbrismo que muchos aquí perdieron cuando cerró El Mono.
El hijo pródigo, Nestter Donuts, ha readaptado el concepto «one man band» a una extraña forma de boxear sin guantes contra la rutina. A unos les da por darse de hostias, otros gritan fuera de contexto y el puto Néstor ironiza con los clichés y el doble sentido de la desnudez. Se puede ser bruto, pero sensible. ¿Qué pasa? Pues eso, que no hay que vivir contentando al resto. Bastante jaula nos pone la sociedad, como para que no nos podamos explayar, aunque sea una hora, de vez en cuando.
Lo de The Covids fue un concierto más serio. Los jóvenes que le hacen falta al (no) movimiento okupa alicantino, vinieron mezclando melódicas voces, con frenéticos ritmos de batería y riffs de la acepción más británica del género.
En actitud, también tenían espejos de 50 años en los que reflejarse. Lo bueno, quizá, es que no era una influencia única, imagino de los bailes de actitud diferentes que se observaban en los cuatro componentes de la banda. Aquello parecía un diálogo inmaduro destripando reminiscencias norirlandesas, mezcladas con aires de grandeza londinenses, algo de rock, suciedad desaliñada, latas de cerveza y ruido…
De la colada, nos quedamos todos a gusto. No sé si porque nos faltan sesiones parecidas, si porque la nostalgia es cada vez más incipiente, o porque, realmente, se ganaron el sueldo. A mí, personalmente, me hicieron feliz, porque me sobran mierdas, y me falta mucho punk en esta provincia.
Así que larga vida a Néstor, al Bunker y a la desinteresada pareja de la caja verde de la entrada, por estas veladas diferentes, hechas para paladares, por desgracia, en peligro de extinción.
Al menos, en lo del título de la crónica, creo que no estoy solo… y eso, aunque barato, es un gran consuelo.
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