Por @ladiscordantede
Sé que es inevitable que las Redes Sociales sigan absorbiendo parte del pensamiento crítico y el tiempo de la mayoría de la sociedad. Pero, ya que abrí la veda de mi realidad de cuidadora a tiempo casi completo de mi tía dependiente, diré que siento cierta nostalgia de los noventa (o de la última era normal que se os ocurra).
Por si puedo hacer reflexionar a alguien, diré que el móvil parece un invento que te permite estar en mil sitios a la vez, aunque en realidad, por muy rápido que teclees o grabes mensajes, o saques fotos con las letras al revés, sólo puedes estar en uno.
En plena eclosión del superpoder que no tienes, a veces, hasta puedes creer que puedes hacerlo todo… pero, al final, desde fuera, tengo la sensación de que, en general, la sociedad está frustrada (y es por algo).
¿Cuántas veces te han dicho en la última semana que no quedan contigo porque no tienen tiempo? ¿O porque les ha surgido algo mejor (que si no está colgado en su Instagram, es que no ha habido tal cosa)?
Hay cierta ironía en eso de que no tengas tiempo para algo, pero sí lo tengas para pasarte el día (mirando chorradas en Instagram, discutiendo en Twitter o vacilando en TikTok). Y más irónico aún que eso te provoque estrés por no poder hacer x millones de cosas, que si las pensaras, no querrías hacer.
Luego está el modo compra compulsiva 24horas. (Cómo se puede devolver…) Tengo amigas que tienen una lista de «pendientes» que no podrían pagar ni aunque les tocara el bote de la Lotería. Más frustración… unida a la estupidez de compararte con la parte perfecta de una persona más guapa, y con más dinero, que tú. Omitiendo que todo aquello que no se ve, es tan malo como, valga la redundancia, eso tan malo que tiene tu vida.
Sin filtros, a mí me ha pasado ir a un restaurante con estrella Michelin ultra-recomendado y acordarme de las tapas del bar de mi barrio, o gastarme 40€ en una crema anti ojeras que, obviamente, no me han quitado las ojeras.
Tampoco son mejores mis vacaciones. Igual me he hecho mayor, pero me valían más cuando tenía que retratarlas con un carrete de 24 y no tenía que encadenar planes que me dice no sé que blog de viajes que tengo que hacer. Seguramente, las fotos eran peores, pero la esencia de cada foto y, sobre todo, lo que suponía imprimirlas 3 o 4 meses después, tenía un ceremonial que no tiene el olor a basura glamourosa de todo el acumulado sin esencia alguna que almacenamos en nuestras cámaras de bolsillo.
Mis conversaciones, también, tenían más sentido cuando mi interlocutora me miraba a los ojos. Y tirábamos de memoria o de citas textuales de periódicos o libros, para dar brío al diálogo, sin interrupciones porque tengo una notificación, que puedo mirar luego (no se va a acabar el mundo…) o porque vas a buscar la cita en el puñetero Google.
Algo parecido me pasa en las fiestas. La pantalla es un espejo. Hay que hacerse una foto cada vez que entras a un sitio, o ves a alguien, o te tomas un chupito… aunque tengas una cara de borracha que no puedes con ella y luego más tiempo para retocar, o para borrar, o para ver el comentario de no sé qué desconocido mientras se derriten los hielos del gin-tonic de 10€.
Y ya que estoy desahogándome, diré también que añoro la democracia televisiva de cambiar de canal, para no ver anuncios. Agradezco las recomendaciones, pero nunca tuve un gusto, ni parecido, al mayoritario. Por lo que ya que me siento a ver algo, me gusta ELEGIR el contenido, aún con el riesgo de equivocarme. ¿Qué fue de los buenos críticos que se comían con patatas a todos estos eruditos influencers de mierda?
Cierro, como escribo desde un bendito anonimato, con la más importante de las añoranzas: Mis amigas. Serían más o menos reales, pero en el cara a cara tenían una verdad y una capacidad de sorprenderme que han perdido en esta comunicación fría y exagerada por Whatsapp. Nos hemos acostumbrado tanto a la inmediatez de todo, a tener que anunciarlo todo como si fuera una noticia bomba, que me da pena cuando me escriben en un grupo que alguien se casa, o que va a tener un hijo, o que está de viaje en el culo del mundo.
Antes, todo eso, era especial. Por eso, el artículo se llama NOSTALGIA NOVENTERA. Porque hubo un tiempo en el que las cosas se vivían y aunque a veces se torcieran, o no salieran como a una le gustaría, los abrazos que un móvil no pueden dar, lo compensaban con creces.
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