En noches como la del viernes, la necesidad de un espacio dedicado al «ruido» en Alicante se hace patente. No es que Stereo esté mal, pero a veces se queda grande y lo que podía haber sido una fiesta del stonner femenino se convierte en un sarao de chistes sobre moscas y críticas al técnico de sonido de turno. De ahí que sea inevitable acordarse de la madre de los vecinos del Ocho y Medio, de los jóvenes de esta ciudad, más pendientes de preparar la borrachera de Santa Faz o las paellas sin arroz de abril, que de luchar por el futuro cultural de la Terreta. O de ese chovinismo vago que hace que unos cuantos borren su agenda de jueves, viernes y domingo por un acto de sábado, o que otros hagan gala de la impuntualidad más absoluta y retrasen un bolo casi dos horas, sin avisar.
Quedan cosas por cambiar, y muchas, pero la rabia es el preludio de todo lo demás y para éso, nadie mejor, por estos lares, que Rosy Finch.
Esta vez el bolo fue un poco diferente, porque con la entrevista radiofónica del jueves, había perdido mi calidad de incógnito ignorante, y a veces, saber más de la cuenta, hace que en vez de disfrutar, exclusivamente, de la música, te acuerdes de viejos comiendo uvas en primera fila, de anécdotas de vídeos, de LesbiVille, el pepino del verano y cosas que distraen tu atención más de lo debido.
Pero los diálogos improvisados, también tienen cosas buenas. Como que «Sexkinesia» adquiera un sentido más oscuro, o saber que el efecto envolvente de «Hide formula» va más allá de las sensaciones que le provocan a uno, O las letras, como argumento para recuperar la esperanza perdida por la cultura en una generación, que, al menos, en el caso de Lluis, Mireia y Elena no es tal.
No fue el mejor concierto que he visto de ellas, pero, a veces, el matiz diferente de una misma escena, es suficiente argumento para que las historias de amor ganen realismo.
El plato fuerte de la noche, llegó cargado, como una pistola humeante tras un primer disparo. Hacía tiempo que la brutalidad no me poseía, pero dos gallegas con pinta de modositas, descarnaron toda la vitalidad de una noche de viernes a la vieja usanza.
Quizá sea un romántico, pero sigo entendiendo la juventud como el concierto que las dos chicas de Bala dieron el viernes: irascible, rábido, apresurado y con el contenido del cerebro desahogado en pogos, alaridos y movimientos de cabeza que te dejan al borde del desnuque.
«Lume» es aún un neonato llorón. Pero ya tiene tatuadas las letras de una vida prodigiosa, no apta para calvos que no tengan una melena que ondear, ni para viejos incapaces de contagiarse de la voracidad de temas como «colmillo» u «Omertá» que consiguieron que nos fuéramos a la cama calentitos y exaltados.
Y por sensaciones como ésa, es por lo que Alicante necesita un sitio donde suene música grunge, stonner, trash… donde no haga falta irse a la 16 Toneladas a revivir escenas gazetxeras, o a Murcia a ver grupos como Bala, Perro, Antiguo régimen o The Parrots. O esperar a que el Ministerio de Cultura tenga a bien pagar el alquiler de una sala más grande para que lo que debería ser un conciertazo, acabe siendo un guateque algo desangelado, eso sí, con un buen rollo que te cagas:
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