Uno se pasa la vida buscando en Booking lo que tiene a 10 minutos de casa. A veces, pagas pocilgas a precio de cuatro estrellas. Y, no sé a ti, pero a mí me ha salido rentable pasar agosto en casa, tirando de calas, piscinas prestadas y terrazas combinadas con noches de cine al aire libre, chiringuitos o, como el pasado sábado un mercadillo de la Paca Market Vintage.
Al final, ni todos los hippies están en Valdevaqueros, ni hay que irse al norte a pasar noches con rebequita, ni a una playa para sacarse una foto que colgar en Instagram. En Busot, pasamos una tarde en familia, con cuentos de dinosaurios, malabaristas con fuego, vermuts con sifón (como en la Vila y en Castilla) y un fin de fiesta con Lindy hop, trompetas y ukeleles.
Los hippies sin caravana, con canas y carritos de fiera, nos dimos un garbeo improvisado, y con reencuentros, por el interior. Una dosis de cocina tradicional, un castillo iluminado, las cuevas de Canelobre, que a ver si pronto albergan nuevos saraos post-pandémicos, e incluso alguno, hasta se compró una lámpara redonda, un caballo que relincha si tocas un botón, o una botella para emular a los fanfarrones con despacho de las series americanas.
«Abre un libro» puso la imaginación, todavía con luz, Pasing y vean llenó de bocas abiertas los alrededores de la casa de cultura, una fotógrafa descalza inmortalizó la noche, mientras The Shag Sharks musicaban las horas de espera de la cena y, nosotr@s «a la fresca» apurábamos los vermús antes de degustar las dosis de glamour que el dúo de locas de La Paca le ponen a estos saraos.
Una fiesta de poble alternativa. Una tarde diferente. Una buena manera de cerrar las vacaciones, o de huir de los cansinos guiris y madrileños… cada uno de los presentes lo vería de una manera diferente. El caso es que no creo que nadie se fuera a disgusto de aquella plaza. Porque si algo se ratificó en aquel espacio lleno de mascarillas, niñ@s y botes de gel hidroalcohólico, es que no hace falta una playa para hacer turismo.
Os informaremos de futuras fiestas busoteras, Porque lo bueno de vivir en esta provincia, es que no hace falta que sea verano, para gozar de los momentos que la vida bajo el sol nos regala. Llámalo turismo, huida de la rutina o lista de quehaceres para disfrutones. De estos últimos vivimos. Y parece que desperdigarlos por la terreta es un aliciente maravilloso y enriquecedor, en todos los sentidos.
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