La labor de un medio, aparte de informar, es la de hacer una crítica constructiva del entorno en el que se desarrolla. Es obvio que la objetividad nunca es absoluta y que toda opinión puede ser rebatida desde el respeto y el punto de partida de que cuando escribimos algo, damos por sentado que nuestros lectores entienden lo que es una licencia literaria.
Particularmente, pecamos de exceso de hipérboles, quizá por la influencia del tremendismo efímero imperante. Pero contra el alarmismo que podría suponernos que nos tildaran de chovinistas, a veces, cainistas otras, rojos y maricones, o fachas, o ignorantes…. usamos el escudo del humor, cuando procede, y la indiferencia, cuando el toma y daca no nos va a generar nada.
El caso es que cuando un lector tildó nuestro artículo de ayer de «cainista», recordamos una conversación empática que tuvimos hace unos días con un policía local de Alicante. Sin él pretenderlo, describió a la perfección lo que es nuestro trabajo, definiendo el cambio que había sufrido el suyo:
«Mi trabajo es simple» – Decía. «Hay una serie de normal establecidas que el ciudadano tiene que cumplir y nosotros multamos a quienes se las saltan». Definición perfecta de lo que es una noticia: Puedes ir a 120 km/h pero si vas a 135 y te pillan, te multan. Irrevocable, sin adjetivos calificativos y sin importar demasiado lo bien descrito que esté la sanción, ni la capacidad que quien la recibe tenga de entenderla.
Ahora bien. Cuando hablamos de una situación excepcional, incluso un cumplidor exhaustivo de la ley debe ponerse en la piel del multado. «Si os fijáis en los datos filtrados por los departamentos de prensa, durante la pandemia se diferencia entre avisos y multas. En otra situación, lo que serían 35.000 multas por incumplir la normativa, se atiene al juicio particular y la empatía del policía que se encuentra con un señor que dice que va a la farmacia contra otro que quiere ir a su segunda residencia a pasar el fin de semana. Un niño autista y su padre que salen a la calle, y son denunciados por un vecino, contra un estúpido al que le hemos pillado 5 veces en la misma mañana dando vueltas por el centro de Alicante».
He ahí el artículo de opinión inspirado en la excepción. Si nosotr@s decimos que los artistas se mueren de hambre, un lector inteligente sabe que la generalización no incluye a Almodóvar o a Alejandro Sanza. Pues lo mismo ocurre cuando llamamos gilipollas a unos personajes que aprovechan el margen para pasear a sus hijos, para montarse una fiesta con otros padres, o cuando llamamos guarros a los que van a la playa y tiran en la arena sus desperdicios. Se sobreentiende que no todos nuestros hermanos son Caín, pero al denunciarlo, por un lado pretendemos avergonzar al infractor y por otro, que «los Abeles» que compartan nuestra cruzada contribuyan a que el tema no se siga produciendo.
La deontología periodística está reñida con la línea editorial. Nosotr@s no tenemos límite alguno en lo que a libertades se refiere, lo que como en el caso de ayer nos trae críticas y aplausos, y en otras situaciones nos trae pérdidas de ingresos derivadas de que un cliente no entienda la diferencia entre noticia (que es por lo que que cobramos) y criterio (que es de lo que vivimos).
El fin de todo ésto es acabar teniendo una sociedad un poco mejor. Sabemos que no todo el mundo comparte nuestra visión ecológica, limpia, cultural y solidaria del mundo, pero sí tenemos claro que aunque, a veces, nos tilden de amarillistas, incluso nuestros detractores y nuestra «competencia» admira esta limpieza moral reñida, muchas veces, con el interés comercial que ha matado el periodismo de verdad.
Lo bueno para vosotr@s es que más que aspirar al Pulitzer, ambicionamos un Alicante más autocrítico, luchamos por la calidad de la cultura, de la información y de la educación y tenemos la certeza de que, aunque muramos pobres, moriremos con la conciencia tranquilo. Y no sabéis el gusto que da poder trabajar, y vivir, así.
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