Autor: Juan Bay
De madrugada, al amparo enajenante de un volumen considerable, unas luces alucinógenas, un cansancio empapado en lúpulo, es decir, reunidos los elementos necesarios para el viaje al pensamiento automático, despojado de la barrera del consciente, del tamiz del exceso de inputs, de madrugada, a que no sabes qué me vino a la cabeza. Nada nuevo, sólo que con esa forma que uno siente como precisa aunque no sea más que lo mismo pensado anteriormente, probablemente de día, pero con una percepción alterada. La alteración del momento, de los sentidos distorsionados, del qué demonios hago yo aquí, de que sólo el grito nos servirá, sólo quiero olvidar esta situación, lejos de tanta locura.
El análisis sociológico de una época se puede realizar con elementos varios que son indicadores de cómo funciona la maquinaria interna de la sociedad; la música popular y sus letras son uno común, al alcance de la mano y, de Perogrullo, popular. Y muy, pero que muy revelador.
De vuelta a casa pienso en lo perdidos que estamos, como en una ahora sin edad, como si la edad hubiera sufrido una discordancia de una decena de años, la biológica y la vital, como si mi generación fuera la última que tuvo una correspondencia a la vieja usanza, la última que fue frontera y a su vez oscila de un lado a otro, y de ahí en adelante los que vinieron después se graduaban en, digamos, Economía, trabajaban todo el día, llegaban a casa a cenar y se convertían en aquel tipo que juraron que no serían; bajaban en chándal a pasear y su mujer ni les miraba, es más, la evitaban, los niños no dejaban de llorar, esas cosas que te hacen sentir que sólo quieres bailar, sólo quieres bailar, se escapa a tu control el problema y su solución, sólo quieres olvidar toda esa situación.
Escapamos de la realidad porque no nos gusta y, ahora, porque se ha legitimado y popularizado el escape. En otra época, en otra sociedad, escapaba sólo quien podía, o bien por talento escapista o por medios económicos o por la suma de ambos. Hoy el escapismo se ha incrustado en la tierna infancia que no quiere abandonar el feto; en la convulsa adolescencia que no quiere perder la infancia; en la juventud que no quiere perder la pubertad; en la adultez, a la que se llega ya licenciado en escapismo, en nihilismo de marca blanca, en descreimiento, en cuchillos de plástico. Bailemos y volvamos de madrugada a casa, mareados; escapemos del chándal y del perro; busquemos un lugar al que fuésemos hace mucho, cuando el instituto, y tratemos de evitar una realidad que nos asfixia día a día, una sábana adherida de incoherencia y náusea, un vómito sordo, da igual, da igual. Y ya está, ya pasó, ya hay paz, ya hay paz.
Sirva como ejemplo de la tesis presentada en el comienzo del artículo este collage, una intertextualización escrita con las letras de «Qué demonios hago yo» de Los zigarros, «Sólo quiero bailar», de Zenttric y «Allí donde solíamos gritar», de Love of lesbian.
¿A que no sabes dónde he vuelto hoy?
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