Como hace unas semanas nos pasó a los mayores, hoy son los niños y las niñas las que balbucean con pereza, se limpian las legañas y asumen, a regañadientes, la realidad de retomar la rutina de los madrugones, los recreos y los horarios fijados de la monotonía.
Muchos abuelos respiran sabiendo que su «jornada laboral» se reduce, los padres también dejan de tener quebraderos estivales para cambiarlos por la elección de extraescolares, el gasto en libros, la duda entre lo público y lo concertado, la preocupación porque renacuajos tengan que pasar horas pasando frío (y calor) en los barracones, las dudas sobre las capacidades (y el interés) de los profesores…
Este año, las dudas acechan la entrada a los colegios. Veremos que pasa con el valenciano, con la cultura, con la religión, con la falta de plazas en escuelas infantiles, las concertadas….Eso es la Educación hoy en día: precariedad, estancamiento, domar conejillos de indias, crear robots, dar horas de libertad a los padres y estresar a voluntariosos profesores que acaban desistiendo de sus intenciones iniciales por falta de medios, o peor: de tiempo, de espacios o de implicación.
Más o menos, lo mismo que vivía yo los días 11 de septiembre cuando era un crío ¿Qué ha cambiado? nada, bueno matices que no suponen nada. El arte de aborregar, ahora tiene un nuevo aliciente manual llamado móvil, ya no te meten hostias cuando te equivocas y la solidaridad, la amistad y las ganas de cambiar el mundo han dado paso al bullying, Halloween, la ropa de marca, la tele y Disney.
Tal vez deberíamos replantearnos para qué existen realmente las escuelas, que se enseña en ellas, qué importan determinadas materias ahora que existe San Google, que carencias tiene, si es más importante el inglés que el valenciano, o si es una cuestión de que estas nuevas generaciones amen más lo que les rodea de lo que la mayoría de adultos de aquí lo hicieron nunca.
A mí la escuela me enseñó a vivir, a adaptarme a la sociedad. Pero también estuvo a punto de convertir placeres como la lectura en una obligación o el deporte en una competición. Me enseñaron miles de cosas sin aplicación práctica en la vida, me hicieron competitivo en vez de solidario, me hicieron perder el tiempo incitándome a ser mayor, cuando para eso ya hay un factor llamado tiempo que te alecciona cada día. Me hicieron creer que la vida era un examen que se aprobaba con reglas de tres, fueron premiando mi adaptación hasta que los títulos acabaron de convertirme en uno más.
Y después, llegó la vida real, a enseñarme a olvidar todo lo aprendido para empezar de cero otra vida muy diferente a la que me enseñaron: con fracasos, con hostias, con la precariedad de los barracones trasladada a mi cuenta corriente, con momentos malos, ratos feos, situaciones torcidas sin respuesta de examen, sin propiedades asociativas, ni ecuaciones de segundo grado, ni filosofía, ni hostias.
La vuelta al cole es como el día de la marmota. Un dejavú de despropósitos. La vocación frustrada que renace cada mes de septiembre. La competición estandarizada por encontrar al niño más guapo y más listo… justo el que, normalmente, acaba siendo el más fracasado
Y luego está la creatividad… pero eso lo argumenta mejor este vídeo, en inglés (para que se nos vayan los complejos.)
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