No tenemos el mar teñido de sangre, pero los cielos se han puesto naranjas. Como en Egipto, en la previa del Éxodo, toda plaga tiene su explicación científica. Pero merma enormemente encadenar confinamientos, con mascarillas, volcanes que explotan, guerras injustificadas, ascensos inimaginables de partidos de ultraderecha, metaversos, tiktokers… y otras catástrofes sin punto final.
Escandalizar es el deporte mundial. Quizá por eso, la credibilidad ha pasado a un segundo plano y se ha generado un déficit de atención generalizado, que más que evitar infortunios nos conduce hacia ellos con una absoluta ceguera.
Todo esto en una vorágine de quehaceres sin acabar que nos frustran, nos dejan un panorama de desengaños que ninguno de los evangelistas conservados, ni los «apócrifos» podían haber imaginado en sus fábulas.
Esta foto sin filtros, generó todo tipo de debates en otra desdicha generalizada llamada Grupo de Whatsapp. Entre la ironía que ya nadie entiende, los distintos tipos de realidades forjados en esta acumulación de tragedias, los miedos y las prisas, hemos perdido la capacidad de degustar la historia mientras sucede. Así ocurren cosas curiosas como que varias personas de Alicante se enteren antes, de que el cielo está naranja, por Instagram, que por la rareza de que el cielo esté de ese color, y tu habitación, y todo… pero en vez de asomarnos o bajar a la calle, acudimos a Twitter, a ver qué está pasando.
No sé si somos gilipollas, estamos abducidos, o tanta plaga continuada nos ha dejado lelos a todos. En parte lo entiendo, porque nos saturan normalizando situaciones contra las que hace no demasiado tiempo nos revelaríamos. Y quizá, ahí es donde está el problema. En que la mala interpretación de la diplomacia, nos ha templado tiempo, que los únicos heridos de esta ecuación, acabamos siendo nosotros, nuestros bolsillos y nuestros relojes vitales, cada vez más necesitados de que los días tengan más horas, y las semanas más días.
Ya no hace falta ser médico para emitir diagnósticos. Los periodistas se aferran a la mentira, los políticos a una ideología inmóvil, los precios dependen de teoremas matemáticos que no entiende ni el que los formuló y nosotros ,en vez de pensar, nos limitamos a vacunarnos, a comprar aceite de girasol y a dejar que las teles nos metan telediarios monopolizados por una noticia, retrasando el prime time a la hora en la que deberíamos empezar a soñar con cosas mejores.
A eso de las doce. Un último mensaje en el Whatsapp retaba: «menos mal que Jon nos distrae con la cultura». Ojalá esa fuera la plaga definitiva.








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