Algun@s creen que el lujo se mide en cantidad de bienes materiales, que son cosas caras acumuladas en el vacío de una escena comprada, que brilla fugazmente y sirve para que los descorazonados farden ante los envidiosos.
Hace un par de semanas, paseando por el Darro, sentimos cierta pelusa de los granadinos, viendo como en las calles de una de las ciudades más hermosas que existen confluían culturas varias, inquietudes diversas, sueños y músicos callejeros que amenizaban la estampa de un precioso atardecer andaluz de Semana Santa.
Por una vez, nuestras súplicas fueron escuchadas y, aún deseando lo ajeno, nos dimos de bruces con una vista similar el pasado sábado. Acababa la exitosa edición del Photoalicante de este año coincidiendo con nuestro primer turno laboral de fin de semana.
Llegamos tarde, sin apenas comer nada y con la pena de habernos perdido a Familea Miranda, a Flyingpigmatanza o a Xisco Rojo. No es que nos encontráramos una plaza de Santa María a rebosar, pero sí que había gente suficiente para dudar que espacio ocupar. La mayoría hacían gala de su modernismo engalanados con caras cámaras de fotos, gafas de sol y ropa, y calzado, de la última temporada.
Estaban abiertos los debates de las últimas semanas sobre las distintas exposiciones que hemos tenido la suerte de poder ver en el último mes, los murales, las conferencias y ese elixir cultural del que tanto nos gusta mamar. Se intuía el olor del inminente Eat My Soul, y pocos de los presentes se acordaban de que unas horas después se jugaría el clásico del fútbol nacional. ¿Quién necesita circos mediáticos teniendo, tan a mano, residuos de cultura minoritarios?
El caso es que puestos a fotografiar, enfocamos nuestro objetivo en ese momento apacible, un abrazo mientras apurábamos la primera cerveza de muchas y la música de Esperit! como aderezo de la hora de la siesta. Heráclito es una rareza hecha para paladares selectos. La guitarra prevalece sobre todo lo demás, y con el sol reflejado en el mástil captamos la sutileza del directo, rodeados de modernos con speaches sobre las bonanzas de Alicante.
Sabemos que tenemos una ciudad llena de pequeños mundos raros que no se tocan, microuniversos sin puntos en común, lo que complica la heterogeneidad más común en otros sitios. Hay un público diferente para cosa, y rara vez ves a un punkie local viendo música indie, o a un fan de la música relajada viendo rock & roll. Es una pena, porque dar a torcer tu brazo puede ser una manera de que aumenten las propuestas, y de paso aprender cosas nuevas, pero bueno, allá cada uno con su rareza y sus vicios.
Nosotros disfrutamos de cada momento musical, y en los descansos aprovechamos para pensar en el punto y seguido de la historia que llevamos casi dos años escribiendo.
Y como empezamos hablando de los lujos, pocas suntuosidades hay mejores que poder ver a Betunizer gratis a la hora del helado. Los cambios drásticos nos motivan y pasar de la sutilidad de Negro a la intensidad de Betunizer es el sumun de la rotundidad. Los valencianos parecían descolocados por las horas y se preguntaban, abiertamente, si este tipo de eventos es habitual en nuestra ciudad. ¡Ojalá! Pero bueno, mientras las pinceladas del «enciende tu lomo» iban prendiendo la mecha de la nocturnidad, hicimos un amago de saltar, justo antes de que Miguel se acercara a cortar el funk. Ignoramos si la conversación previa con la policía en la puerta del Maca tuvo algo que ver.
El sacramento de la siesta de alguno, o el afán de protagonismo de otro, nos dejaron con la fiesta a medias y nos toco pasear, sin El Darro pero con la explanada llena de guiris y fotos colgadas, estelas luminosas reflejadas en el instagram y el deseo de que el Photoalicante goce de la misma salud y que el Eat My Soul, la poesía es noticia, los conciertos, exposiciones, muestras y la cultura callejera tengan su espacio y acabemos considerando un lujo, la cultura como tal: abierta, con un precio justo y sin interferencias políticas, vecinales ni policiales.
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