De hecho, para llegar allí, no hay que tener polvo de estrellas, ni pensamientos positivos que nos hagan despegar. El acceso, en vez de una brillante estrella , son dos puertas blancas con cristal. Y una vez dentro, las etiquetas, que nos definen al otro lado, desaparecen y uno deja de ser un funcionario gris, o una reputada abogada, o un parado de larga duración para convertirse en un simple niño perdido. En aquel fascinante lugar, para volar, sólo hay que guardar silencio y escuchar. Sólo así, uno encuentra restos de magia en los oídos que transforman tus desdichas cotidianas en historias de amor. Y puedes parafrasear las rimas del «a sorprenderme» y volar sin alas por la ciudad, o, ya que hemos despegado, meternos en una lata y ser unos ilusos en el espacio. O cambiar de cuento y darnos de bruces con una tal Alicia, saludarla y, en un simple salto, plantarnos en un jardín artificial, en el que cualquiera se atreve a decir que no, si te amenazan con que el universo se acaba…
Cuando te das cuenta ya no te duele la cabeza, la vida sabe a cerveza y uno de tus profesores de inglés con guitarra, se vuelve de carne y hueso y habla contigo de lo difícil que es tocar el bajo, o de lo complicado que es ponerse de acuerdo para ensayar cuando uno es de Mallorca, la otra de Madrid… y te das cuenta de que sin dificultades la vida no sería tan divertida y que si no creyéramos en la magia nos aburriríamos demasiado.
Así que aprovechando aquel rato en el Un buen día, nos encontramos frente a frente con una realidad algo más divertida que los tiempos de sexy sadie. Y de regalo, nos llevamos un buen sabor de boca, un cd y una foto para enmarcar, con una etiqueta que dice: 28.XI.2014, yo estuve en el un buen día viendo al señor nadie…








Habrá que ir a ese sitio tan mágico