Ayer las calles de Alicante se llenaron de hinchas del Hércules. Cuando un equipo está en la cúspide, la ola de los triunfos deja de lado la parte crítica que nunca debemos olvidar. La alcaldesa se baña en Luceros, la afición le hace la ola al Empresario corrupto y todo parece una balsa de aceite aplaudiendo la jubilación de Trezeget y Portillo o llenando el Rico Pérez con entradas a precio de oro.
Luego, la evidencia deja en pelotas al paleto y el que realmente siente algo por unos colores, reclama su sitio. Incluso se moviliza, hace pancartas y grita.
Aquí el fútbol nos gusta cada día menos, pero para Alicante es bueno que el Hércules, el Lucentum o Agustinos estén lo más arriba posible. O al menos, en un lugar acorde con lo que esta ciudad, por habitantes merece, que no es la cuarta división codeándose con equipos como el Intercity, el Atzeneta o La Nucía.
A veces, no deberíamos dejar el sentimiento para el final. Es obvio que al alicantino le falta poco para apuntarse a un bombardeo, y cuando hay fiesta, da igual que sea futbolística, de conciertos, o de hogueras, ahí que vamos todos sin pensar ni en el porqué, ni en las consecuencias. Pero mientras nosotros armamos un buen jolgorio, otros campan a sus anchas, hacen negocio o juegan con las vidas, los sentimientos y el nombre de la ciudad. Porque las tres cosas les importan tres cojones.
Por actualidad, usamos el ejemplo del Hércules, porque es muy gráfico esto de manifestarse cuando las cosas no tienen remedio, en lugar de organizarse y luchar, cuando las circunstancias lo exigen. En Cultura, pasa con el Ideal, con la Colonia Santa Eulalia, con la dejadez del Barrio, con las grietas de Luceros, con el proyecto de Cigarreras, con el Centro de Negocios del Puerto, con los planes a medio-largo plazo, con el inexistente plan de ciudad, con la precariedad del artista local, con el coto cerrado de hogueras… lamentarnos y hacer ruido a toro pasado, vale lo mismo que nada. Y esa es una lección que los alicantinos, debemos aprender de todo esto.
Al fin y al cabo, delegar en políticos y grandes empresarios no ha dado nunca buenos frutos. Y eso, con un poco de implicación cambiaría.
¡Depende de tod@s!
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