Quiero felicitaros por la campaña de realidad de Hogueras que habéis hecho. Hacía falta, mucha falta, aunque seguramente no va a valer para demasiado. Y a mí, como Alicantina, también me gustaría reivindicar lo que hace mucho consideraba mis fiestas.
Como alicantina no voy a negar el influjo del fuego y la pólvora que siento cada principio de verano. Me crié entre petardos, cremás, palmeras, hogueras, etc. Y eso es algo que se lleva en la sangre, desde el colegio, desde mi barrio. Y no necesito vestirme de alicantina y maquillarme como una puerta para hacerlo público.
Siento el apego especial de quien en su época de estudiante, echaba de menos las fiestas y la que cuando tuvo que emigrar a trabajar fue consciente de lo bien que se vive aquí. Lo que también me dio esa distancia es perspectiva y la desgracia de darme cuenta que, mayoritariamente somos muy garrulas.
Tras unos años criando a mis hijas, mis padres me han dado una tregua este año y he salido con mis amigas, con una idea preconcebida forjada en mi juventud, que rápidamente pasó a mejor vida. Tal vez entonces no era muy consciente de lo torpes que somos y las pequeñas diferencias entre tomarse una palometa para soportar el calor o ir borracho a las dos de la tarde, guardarte un minuto la lata que te has bebido para tirarla en la primera basura disponible, en lugar de convertir la ciudad en un estercolero, ser consciente de que mientras tú estás de fiesta hay gente que trabaja o que quiere descansar y un montón de pequeños detalles que me abochornan porque quizá viví otras fiestas, en otros lugares, en las que no necesité ni rozar la inconsciencia etílica, ni mear en el primer sitio que pillaba, ni otras muchas cosas que me han dado vergüenza ajena estos días. Igual porque quienes organizaban esas otras fiestas pensaban más allá del simple negocio efímero.
Al llegar a casa y ver vuestras viñetas, vuestras fotos, vuestras críticas… en comparación con enaltecimientos de la festa con faltas de ortografía o lo que viví en primera persona en las dos tardes que salí. Os tengo que dar la razón. Somos una ciudad de garrulos y garrulas, desatadas con la permisividad de autoridades, asociaciones vecinales y personajes que aquí llevan la voz cantante y en otros lados encarnarían la figura del tonto del pueblo.
Ahora pasará el verano, nos engañarán diciendo que no hubo botellones, que no hubo suciedad, que los hoteles se llenaron y que ingresamos no sé cuantos millones con las visitas ilustres (sin contar la inversión anterior en publicidad, subvenciones, arreglos de los destrozos, limpieza, etc). Lo malo es que, por suerte, hay una parte de la ciudadanía que empieza a renegar del garrulismo. Y esa parte, en la que me incluyo, agradece toda vuestra labor de estos días.
Espero que sirva para algo.
Verónica Estellés.
Nuestra respuesta.
Gracias por el apoyo. Mucha gente ha confundido nuestra crítica con una especie de animadversión a todo lo fogueril. Y nada más lejos de la realidad. Nosotr@s antes de opinar pulsamos la realidad y en ella hay mucho descontento con la pasividad de las autoridades, con el comportamiento de muchos ciudadanos y con el estancamiento de unas fiestas que, según sus propios organizadores, venden al exterior la imagen de Alicante.
Nosotros no estamos de acuerdo con que eso que tú has denominado Garrulismo sea lo que identifica a esta ciudad. Y tras nuestras publicaciones ha quedado en evidencia que gran parte de la sociedad alicantina demanda un viraje en el rumbo que desde hace más de 30 años tienen estas fiestas. Como tú, la mayoría siente como propias la magia del fuego, la pólvora, la tradición o el arte de los ninots… pero también vive una realidad en la que la cultura, el civismo y la mirada al futuro tienen cabida.
El debate está ahí. Quizá la diferencia es que muchos de los detractores de las fiestas ya no están por la labor de agachar las orejas e irse por que no las soportan, o ya no van a aguantar los olores, los deterioros y otras consecuencias de esta fiesta orquestada por cuatro foguerers que no entienden que quien se queja, como tú, puede ser tan alicantina (o más) que ellos, o que dentro de un mismo concepto puede haber muchas opiniones. Hacerse el sueco (de Goteborg) les ha servido hasta ahora. Veremos si en el futuro reventar el patrimonio, cortar las calles, saltarse las leyes… les sale tan barato como hasta ahora.
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