Pedro Guerra es, junto a Javier Álvarez e Ismael Serrano, de los primeros cantautores que me reventaron la cabeza siendo adolescente. Aún a día de hoy, puedo cantar todas y cada una de las canciones de Golosinas (1995), que escuchaba en modo “repeat all” todavía con la cara llena de granos.
Y la semana pasada lo tuve frente a mi, a escaso metro y medio. Comenzó hablándonos de cómo y porqué empezó a escribir:
En 1981, con 14 años, empecé a encontrar refugio en la palabra escrita: una forma de búsqueda, de dar respuesta a tantas preguntas sin respuesta… y escribí mis primeros poemas. Química y electricidad brotando de la parte más recóndita del cerebro. Esos poemas, flor de emociones jamás experimentadas, se generaron en el inconsciente. Algo, en el interior del cableado neuronal, me los fue dictando; uno a uno. Los presenté a un certamen en el instituto y gané el primer premio. Asiduo de las secciones de poesía de las librerías, cuando lograba ahorrar, compraba algún libro desconociendo todo de sus autores, disfrutando del placer de los ensueños, dejándome llevar y aprendiendo, sin querer, un oficio. Llegó la música. Se apoderó de toda la ingenuidad que atesoraban mis poemas y los hizo canción. Y ahí me quedé: en la casa de la trova, en La Torre de la Canción. Todas las emociones que aspiraban a ser poemas comenzaron a ser cantadas, susurradas y escondidas tras el lento divagar de una melodía. Treinta y cinco años he tardado en volver a la ribera de la palabra sola, desnuda y directamente extraída de la zona restringida y sin acceso: Hurgando en la Caja Negra.
Y nos habló de Ángel González, de sonetos de Sabina, de Miguel Poveda, entre muchos otros. Y recitó algunos de los poemas recogidos en su primer poemario. Lento, pausado, con una paz sobrecogedora. Entre poema y poema, una canción que hilaba de alguna manera con el verso referido: algunos temas desconocidos para mi y otros de los que llevo grabados a fuego en la memoria: Pasa, Daniela, Deseo, Contamíname, y. como no, El marido de la peluquera. Y durante todo el recital, emoción a flor de piel, nudo en la garganta. Inmensamente afortunada y agradecida de haber estado Hurgando en la caja negra .
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