Cada año (y ya van seis), más o menos por estas fechas, reúno a cuatro personas amantes de la música para elaborar las listas de los mejores discos del año. A parte de volvernos locos poniendo en común todos los álbumes que nos han llamado la atención en estos últimos once meses, solemos hablar de cosas relacionadas con la cultura. Lo curioso es que, esta vez, una palabra centró el debate: Precariedad.
Mi situación fue el punto de partida: un tío que trabaja entre 30 y 40 horas a la semana en su medio, que escribe dos o tres artículos de opinión (antes pagados a 150€), cuatro o cinco previas, una o dos crónicas… que va, al menos, a dos conciertos cada finde, que informa a una ciudad de todos los eventos culturales que hay a su alrededor y que, además, vende, mejor que bien el nombre de esa misma ciudad, al final de mes cobra cero euros, bueno, para ser sincero, cobro el precio de las entradas que, últimamente, me regalan, pero para comer tengo que meter 48horas a la semana, de sábado (todos los fines de semana) a jueves en un trabajo que poco tiene que ver con la carrera de periodismo que estudié, con los masters, con los cursos… y demás que he hecho a lo largo de mi vida.
¿Cómo aguantas? me preguntaban. Y, la verdad, no lo había pensado, pero si lo soporto es porque es mi ilusión y algo que me gusta, pero que me cuesta el tiempo que debería estar dedicando, por ejemplo, a grabar mi quinto disco, a preparar conciertos o a escribir mi segunda novela.
Lo malo, es que mi caso, no es un hecho aislado. Después de seis años como blogger musical, he conocido a miles de personas relacionadas con este mundo precario y, la verdad, es que aunque much@s de ell@s deberían estar forrados, o al menos, tener una vida tranquila, son contados los casos de gente que sabe qué será de ell@s el próximo mes.
Hablo de cantantes, músicos, reconocidos gallos y recordmans mundiales del rap, gestores culturales, periodistas, hosteleros que apuestan por la cultura y acaban teniendo que cerrar sus negocios, escritores, pintores… todos, con un denominador común: la inestabilidad.
Dicen que la cultura es algo que hay que cuidar, pero a la hora de tomar decisiones acaba siendo la más fácil de marginar. En el camino son much@s l@s que tiran la toalla y enfocan sus talentos en otras actividades más monetarias. Esta semana, sin ir más lejos, uno de los mejores letristas de Alicante me mandaba un whatsapp con este mensaje: «si te enteras de un currico por ahí, aunque sea de recoger pelotas, me dices. Está la cosa tomatosa«, otro me contaba que la persona que había detrás de ese medio a la que media terreta recurría para enterarse de los eventos de la ciudad, está vendiendo pulseras en mercadillos, otra, que por dar un concierto de dos horas en un bar, le habían pagado 80€ (en negro), otro que si no llegaba pronto el cambio de la ley sobre música en directo en locales, iba a tener que cerrar uno de los lugares que más hacen por la cultura en Alicante (como hace no demasiado lo pasó al Distinto) y así, uno tras otro.
Me gustaría tener una receta que cambiara las cosas, pero la cultura sigue en manos de cuatro, y el resto, el futuro, se muere de hambre. Nadie piensa en la cantera, nadie se pone en la piel del que hace acrobacias económicas para que el 21% de IVA no le acabe de matar, nadie piensa en lo que cuesta buscar financiación para traer a los mejores grupos y, al final, los «expertos del sector», a los que recurren para solucionar los problemas, sólo piensan en su ombligo y en hacerse más ricos.
Las encuestas reafirman mi pesimismo, ya que según el CIS, siete de cada diez españoles no ha pisado nunca un museo ni un cine (así es difícil). Es evidente que las instituciones dan más valor al deporte que a la cultura, de hecho, las artes se han convertido en una jungla en la que cada animal busca su interés particular. Buscamos la panacea del patrocinio, pero pocos hablan de profesionalismo, pocos piensan en unificar fuerzas para que nos tengan en cuenta, pocos sacan a la luz todos los problemas que se encuentran y nadie, o casi nadie, busca soluciones. Bueno sí, la SGAE, ah no que esos también van a lo suyo… y Podemos, que durante las pasadas elecciones propuso un Estatuto del trabajador cultural, que bien podría haber sido el principio del fin de la precariedad.
Yo, no pienso resignarme. Quizá muera joven y deje un cadáver con ojeras, pero creo en una sociedad capaz de interpretar, con leer no basta, creo en la cultura, en los artistas, en los empresarios que invierten en formar y en ilustrar, creo en mi ciudad, y en esos tres de cada diez españoles que sí que van al cine y al museo, porque seguro que compensan la estupidez de los otros siete. Y, sobre todo, creo en el futuro, porque aunque aún no haya cobrado un duro, llevo dos años ganándome disfrutarlo.
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