La suntuosidad gratuita depende de cosas tan simples como tener espacio en la playa. Me vais a perdonar pero nunca he entendido a la gente que va la playa a pasar el día con sus neveras, su toldo, sus sillas, sus mesas, flotadores gigantes, café, botellas de cazalla para la sobremesa, etc como si aquello en vez de un sitio para relajarse escuchando el mar, o leyendo, fuera un merendero.
Yo siempre he ido a tomar el sol con una bolsa, una toalla, crema para no quemarme, un libro y un monedero con cuatro monedas para emergencias y las llaves del coche. Pero la cosa ha ido degenerando con kits de playa surrealistas y, como en todo, con el factor móvil y sus múltiples (y molestas) aplicaciones.
Si ya era duro aguantar a niños chapoteando, padres borrachos con conversaciones intrascendentes a más volumen que un atasco en Madrid, o esos incomprensibles toma y dacas a distancia que nunca he entendido tipo: «mira a vez si tengo no sé qué en el bolsillo», «tráete al niño», «hazme una foto» «mira lo que hago» o «te acuerdas de Nacho»… ¡Coño, sal del agua y díselo sin que se tenga que enterar toda la puñetera playa! ahora tenemos que soportar, también, las llamadas de media hora, los mensajes de voz (con tíos y «esques» como argumento principal), la música, los selfies, el tecleo con comentario en voz alta o las neuras de la lógica desatención de esas flores que, como yo, han perdido todo su esplendor con el tiempo.
Con todo este innecesario trajín, lo de plantar la toalla se haya convertido en una odisea. Busquemos sitio: ¿Dónde no hay niños? / ¿dónde no hay neveras? / ¿dónde no hay catetos sordos?/ voy a alejarme de la orilla para no entrar en shock con esos dos que están jugando a palas, ni con ese futuro ingeniero de caminos que está llenando de arena las toallas de todos los que están al borde de su túnel efímero.
De repente, encuentras un sitio perfecto, sin molestias, sin ruidos, con dos viejos lectores y tres guiris silenciosos. vualá, es automático, plantas la toalla, y aparece la familia Trapp con sus sombrillas, sus altavoces y sus juguetes sonoros y ¿adivináis dónde se ponen?
Otro día, si eso, me cago en las listas de los blogs que han llenado de gente así los reductos silenciosos que todavía quedaban en Xabia, Teulada, El Campello… pero básicamente sa es la razón de mi blanco nuclear. Y la justificación de que prefiera la playa cuando los niños vuelven al cole y cuando la mayoría de pesados han vuelto al trabajo.
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