Tengo a mis amigas desesperadas con tanto agua: se les carda el pelo, les ha pillado sin hacer el cambio de armario y encima se le ocurre llover un sábado en plena hora del cerveceo.
¡La vida es así chicas! escribí yo en ese horrible y soporífero chat de despotrique máximo. Mientras el resto parecía que hablaba del Apocalipsis: -No puedo salir de casa – decía una. – No sé que ponerme – La otra y así un montón de chorradas que no leí porque yo he vivido cosas peores y ya me estaba duchando.
Para cubrirme las espaldas había quedado con Mary, una simpática galesa que sabía que lloviera lo que lloviera no me iba a dejar tirada, por no hablar de que aunque no sea inglesa tiene una buena costumbre llamada puntualidad.
¡Menos mal! porque como esperaba, mis amigas de toda la vida (por eso las conozco) no aparecieron hasta una hora después de que parara de llover.
¡Qué le vamos a hacer! a mi me gusta la lluvia, la sensación de enfrentarme a un diluvio con un paraguas, o un chubasquero, o una sudadera de quita y pon. Mary se reía hablando de calles y bares vacíos, viendo, a través del cristal de un bar del Mercado, como algunas alcantarillas se desboradaban.
La media hora posterior al «acabose» salimos fuera a disfrutar de las gotas que caen desde los bordes de los toldos, los camareros secando las sillas de plástico y esos pequeños detalles que hacen que eche de menos Galway.
Una hora después, la ciudad recuperó la normalidad. Es obvio: Alicante no se moja.
Deja una respuesta