El año se me está haciendo largo. Y no soy el único. De hecho, he de reconocer que apostar por el mundo freelance es un lastre del que nadie habla en el Congreso, ni en la calle, pero que tiene esclavizados a miles de personas que no se pueden permitir el lujo de descansar NUNCA.
Seguramente, el que tiene vacaciones pagadas no se planteará que hay negocios que requieren una atención 24 horas que cumple, muchas veces, una sola persona. No somos máquinas, dormimos, tratamos de desconectar el móvil un día del fin de semana para tener vida… pero es difícil imaginar a un periodista por cuenta propia, o a una fotógrafa, más de un día entero sin mirar el correo, las redes y otras formas de esclavitud moderna, que dejan por los suelos los convenios de 48horas seguidas de descanso, 22 días hábiles de vacaciones y esas cosas «normales» que hemos perdido en esta aventura de no tener jefe, que desde fuera se ve super molona, pero que en el día a día, es una acumulación de dolores de cabeza.
La elección es personal, obvio. Pero afecta a todo tu entorno. Y más si formas parte de una comunidad inestable, en la que todo te lleva a gastos que no puedes asumir, tiempo que no puedes dedicar y futuros en los que no puedes pensar, porque la vida más allá del mañana, es una utopía que posiblemente, nos lleve a las manifestaciones venideras de los futuros pensionistas precarios. Porque lo normal es que con tanto ensimismamiento laboral acabemos la aventura solos.
El mundo autónomo está pensado para servicios contables: Yo te arreglo algo y tú me pagas. El freelance, en cambio, sobrevive en unas arenas movedizas dependientes de entes inestables, estamentos públicos con un criterio que caduca cada cuatro años, artistas que van y vienen, modas que pasan, redes que cambian… en definitiva, todo lo contrario a los 40 años de dedicación exclusiva que la mayoría de nuestros padres tuvieron.
Somos personas con capacidades únicas para adaptarnos a situaciones inverosímiles. Hacemos malabarismos con números, estamos siempre a la última, no descansamos, ni nos manifestamos por nuestros derechos. Más nos vale ser mentalmente fuertes. Y, obviamente, no descuidamos nuestra formación, porque en cada momento, hay que justificar los porqués, los cuándos, los cómos y los qués de nuestros emolumentos ajustados.
La verdad, cada noviembre, mataría por un trabajo de 40 horas semanales, 14 pagas, vacaciones y tiempo para mí. Si lo tienes, soy tu candidato ideal, porque ni siquiera un joven va a tener más motivación que yo para trabajar y hasta me van a sobrar horas de día, para implicarme como el que más y descansar para rendir todo lo bien que ahora no puedo.
Pero como eso es como la lotería, o como la otra utopía recomendada de estudiar una oposición a estas alturas, escribo esto por si te quedan rastros de empatía en este final de año que se ha hecho eterno y en el que seguimos buscando ingresos para cuadrar cuentas y tiempo para no acabar enfermos, cómo siempre, en los cuatro días que paramos por necesidad.
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