La política, en parte, debería ser el arte de pactar. Entiendo que todos los partidos tengan un punto de partida de mínimos, afinidades ideológicas y promesas electorales por cumplir, pero la realidad exige a los nuevos políticos una manga ancha que no están demostrando.
Hay dos formas de llevar una negociación, tratar de buscar puntos en común con tu interlocutor, o enfrascarte en las diferencias para acumular monólogos baldíos basados en la política bipartidista de otra era. Los tiempos han cambiado y la ciudadanía, con sus votos, ha exigido a sus representantes adaptarse a una nueva situación estructural, alejada del discurso de las dos Españas, y de la ancestral costumbre estatal de convertir toda contienda en una guerra de dos.
Esa incapacidad para adaptarse a los tiempos modernos resulta alarmante. Ya de por sí, la pertenencia ciega a unas siglas resulta inverosímil cuando es obvio que el abanico dentro de los mismo partidos tiene muchos matices. Pero la política de pactos no admite cerrazones. Más bien, el futuro les está exigiendo que amplíen sus miras y lejos de quedarse en la simpleza de izquierdas y derechas entiendan que la tardanza a la hora de llegar a acuerdos repercute en todo el funcionamiento de la vida en sus ciudadades, sus provincias y su país.
Asuman que para gobernar en minoría, no sólo hay que llegar a acuerdos con políticos de su cuerda ideológica. Que lo que hoy es un problema para usted, mañana le llevará a la oposición y viceversa. No, no es un juego, se trata de empatía, de que son personas, o vecinos, antes que políticos. Quítense esa tontería de que bajarse los pantalones es una muestra de debilidad, porque, más bien, es todo lo contrario. Deben ser responsables. Pensar que están llevando a cabo un servicio público, y que mientras se deciden o esperan a que tomen las decisiones por ustedes en Madrid, las facturas no se pagan, los barrios se deterioran, los proyectos no se ponen en marcha, hay empresas que se arruinan y, lo más importante, las decisiones importantes del día a día no se toman.
Presenten sus mínimos y defiéndalos hasta el más allá, pero quítenle el polvo al pactómetro, den su brazo a torcer y empiecen a escribir una historia diferente en la que sus colores, no sean más que la combinación de un cuadro estructural. Al fin y al cabo, desde fuera, se les ve tan parecidos que cuesta entender que les cueste tanto renunciar a estupideces o ver como negocian con el retrovisor puesto en Madrid cuando hablando sin el corsé de las siglas los acuerdos no requerirían más que un par de cafés y una cápsula de empatía.
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