Había sido una semana larga: intensa en lo laboral, calurosa y estresante.
A estas alturas del año, el cuerpo te pide desconectar: parar el tiempo flotando en el mar, leyendo un buen libro o respirando el aire de otra ciudad. Pero los amantes de la música, tenemos un punto masoca y somos tan bizarros, que en vez de buscar una playa paradisíaca o un refugio montañoso, estudiamos minuciosamente la cartelería de los festivales veraniegos y huimos de la monotonía bailando, abrazando a extraños y afianzando amistades nuevas y efusivos reencuentros con compañeros de fatigas festivaleras.
La experiencia es un grado y el desfase ha ido menguando, asumiendo que no se puede todo y que con los años nuestra capacidad de resistencia va disminuyendo progresivamente. De ahí, el punto de organización que no teníamos antes, alquilando un apartamento cerca de la playa, llenando la nevera de comida y no de litros de alcohol (que cantaba Ramoncín) y marcando en rojo las prioridades del cartel.
El viernes, de hecho, lo tuvimos claro: Los Pixies (innegociable) y un hueco para que los nuevos valores contrarrestaran la nostalgia de una época de nuestras vidas, que empieza a quedar demasiado lejos.
Quizá nos hemos vuelto un poco exigentes, pero los de Boston, ya no son lo que eran. No han perdido el carácter evocador de sus temazos y da gusto escuchar en directo «Where is my mind», «Here come your man» «Vamos» o «Isla de encanta», pero no os vamos a engañar, echamos de menos a Kim Deal y un toque más de Trompe Le Monde.
Aunque lo de elegir mal el repertorio fue un error generalizado durante los 3días de festival en los dos escenarios principales. No entendemos muy bien que, teniendo una hora escasa para tocar, te pongas a cantar baladas, hagas speechs interminables, o expliques los entresijos de tu último disco, como si las 25.000 personas allí presentes hubieran ido a verte, exclusivamente, a ti.
Por éso, preferimos pasarnos la noche acampados en el escenario Wiko. Y no nos equivocamos… Biznaga y el ratito de concierto que pudimos ver a Kokoshca fue lo mejor de la noche. Los primeros porque en directo ratifican lo que se les intuye con los dos discos que han sacado. Quizá las canciones del segundo «sentido del espectáculo» son mejor digeridas por los oídos de los poperos indies. De hecho mola ver a las modositas modernas aprendiendo a hacer pogos. Pero bueno, las pinceladas del «Centro Dramático Nacional» nos excitaron lo suficiente para pasar de Chk Chk Chk y su puta madre.
Y Kokoshca, pues más de lo mismo, apuramos todo lo que pudimos (y más). De hecho, a dos apalancados, como nosotros, nos costó un esfuerzo máximo emular a los runners profesionales en la bajada que separaba el escenario pequeño del principal. Esperamos que nuestra ardilla favorita, no tarde mucho en traerlos a Alicante para que podamos disfrutarlos sin estar pendientes del reloj.
También estuvo genial el concierto de Vulk. Aprovechando que la gente veía a Corizonas, empezamos la noche con estos vascos a los que habíamos visto con Belako en una de las últimas visitas de Lore, Lander y compañía a la terreta. La cosa es que Beat Kamerlanden es una de esas joyas ignoradas por la mayoría, y aunque sea evidente que con ese sonido a mitad de camino entre la distorsión de principios de siglo, y lo que los modernos llaman PostPunk, es un grupo que, suena más contundente en sala, no vamos a poder evitar tenerlos vigilados de cerca.
La sorpresa agradable de la noche fue Golden Dawn Arkestra. Fue difícil renunciar a ver a Roosevelt, pero ésa idea heredada de nuestro mentor musical que dice que a igualdad de condiciones: siempre escoger el grupo americano, nos vino guay.
Estaban ciento y la madre sobre el escenario, pero, a diferencia de Corizonas, cada uno aportaba su puntito. La nueva psicodelia empieza a encontrar su espacio en los grandes festivales, pero aquello iba un punto más allá, con un repertorio orquestado, con toques de afrobeat, que le daban un aire «los ángeles de Charlie» a algunos momentos del bolo.
Molaron tanto que consiguieron que una accidentada y una con una hernia de caballo bailaran como el emoticono del negrito de Whatsapp, que los estresados sonrieran y que los neofestivaleros descubrieran el influjo de la buena música, que ¡no solo de hits indies viven los pulseras rojas!.
Por último, os vamos a hablar de Naranja. Que nos dejó bastante buen sabor de boca y una duda… son jovencitos, saben tocar, se llevaron todos los detalles bien ensayados, pero veremos si con el tiempo, sucumben al pop de la tentación del camino fácil al escenario principal o siguen arriesgando con la distorsión y acaban de crecer con mas riffs que canciones de Raphael.
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