Si Alicante fuera una obra de teatro ¿sería una comedia o un drama?… está claro que se representaría en noviembre, porque el 11 es el mes del teatro… el de La Muestra. Es probable, aunque creemos vender bien las cosas, que en el estreno hubiera butacas vacías, más que nada, porque siempre falta alguien, por algo, excusándose en una de esas tonterías con las que se crea la discusión que nos desvía del argumento principal.
Sin pretenderlo, el gran Juan Luis Mira le ha puesto el título al sainete, en una charla off the record: «sobreviviendo siempre». Él podría ser el protagonista, como Guillermo Heras y su diplomacia cuando una representante de «la Dipu» se limita a leer un comunicado (como si fuera un robot), y el Concejal de Cultura utiliza su turno de palabra para patalear porque un 174 cumpleaños no tiene velas y premios.
Mientras estos dos cobran, y bien, algún músico o pintor de esos que malviven (en precario) busca un texto al que agarrarse, pero… eso… el monólogo principal corre, por desgracia, a cargo de un político que habrá desaparecido de la escena cuando la prole vuelva a votar.
Tras el vacío, y el silencio incómodo derivado de no elegir bien al apuntador, llegan al relato la filosofía y la utopía. Allí sí aparece, sobrevolando el foso, la comodidad. El telón es el más hermoso, (está todo pagado) y haciendo honor a la luz que distingue a Alicante, la Iluminación de las bambalinas, también es inmejorable.
La técnica es sencilla, porque a falta de argumentos, se estila gritar más de la cuenta, o culpar al antagonista, o improvisar alguna chorrada sobre la marcha.
La Firma podría ponerla José Antonio Peral «JD Sutton”, o algún autor militante con talento, que no tiene problema de ceder el protagonismo, como el acompañante de Mafalda Bellido. Una nueva historia nos lleva, de nuevo, a la reflexión, la protagonista femenina, los talleres, las ciencias y las letras en consonancia con la añoranza de lo perdido, como siempre, o el recuerdo, sin mucho énfasis, del pasado.
El teatro no es una excepción, y también tiene Alzheimer. Y prisa. Y dudas sobre el atuendo adecuado para la gala. Si es que hay que vestirse para esto. Porque, al final, desnudos, diríamos más cosas y nos representaríamos mejor, que encorbatando los silencios y maquillando la ausencia de apegos.
El día del estreno, Principal y Arniches, se pegarían por colgar el cartel en su puerta. Y, por unanimidad, creo que se realizaría en la calle, que es donde acaban los artistas: durmiendo, manifestándose, creando o actuando.
Los militantes (reales) de la cultura se sentarían en el suelo, los que dicen amar la cultura, pero no la defienden, pasarían de largo, mirando de reojo. Habiendo pasado más de cuarenta años, todos sentiríamos el exilio interior de los autores de las épocas olvidadas de la dictadura y del post-franquismo.
La realidad cumpliría su cometido de superar la ficción. La realidad se bañaría en el surrealismo que nos empieza a caracterizar. La distopía volverá a contradecirse, en el protagonismo de esas siglas que, aquí, no pintan nada, casi tan poco como los idiomas que no importan a nadie y los ridículos que, por suerte, nadie filma ni graba.
El final lo escribirá alguien como Guillermo Heras, o como Juan Luis Mira. O como Sonia Alejo. O como Beatriz Bergamín. Y no hará falta cortar el tráfico de la Cantera para rodar una serie de Amazon, porque todos seríamos conscientes de que Alicante y su cultura, tiene de por si, un guion excelente que necesita unos últimos retoques, unos despidos procedentes y una pizca de espíritu juvenil que releve a Jácara o a la premiada Bambalina Teatre. Que cuide a los nuevos públicos, que celebre muchos cumpleaños de la Muestra, del Circarte, del Alacant a Escena y de todos los primos segundos que tiene desperdigados por la provincia.
No sé si me he explicado bien. Pero si no lo habéis entendido, basta cerrar la historia con la verdad absoluta de que, por suerte, cualquier obra del programa de la 29ª Edición de la Muestra de Teatro, mejora con creces la pantomima a la que hemos asistido esta mañana en la Casa Bardin.
A la próxima, mejor poner en la mesa un robot y dos actores. Al menos sería menos vergonzante y más divertido.
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