Este verano he ido dos veces a tomarme algo a un chiringuito y me ha horrorizado profundamente la música que allí se oía: techno en uno, un reguetón odioso en otro… Se me fue la memoria a esos tiempos en los que me contrataban para despedir al sol en un chiringo de la costa Cantábrica y unos días ponía música surf, otros son cubano, otros convertía la terraza en un chill out ibicenco.
La fórmula no es unánime, pero cuando uno está ahí y dedica el tiempo oportuno para valorar quien le escucha, es más que probable que lo último que le salga poner sea una canción de Georgie Dann, o una de Dady Yankee.
Así que, si no os importa, para ver si creamos un poco de escuela, o incitamos a las «autoridades pertinentes» a que pongan el mismo empeño en musicar las tardes en la arena, que a cobrar 3 pavos por una cerveza, o 7 por un mojito. La música va en el precio, así que no la infravaloren, porque sino, la clientela viajará a esos lugares que sí que la valoran.
Aunque cada vez, queden menos.
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