Desde que los audios, el Instagram y esas polladas han sustituido a las fotografías mentales, el lujo del silencio se ha encarecido y es muy raro encontrar un sitio en el que los presentes callen y se limiten a ver y escuchar lo que tienen delante.
El deleite viene de escuchar las olas rompiendo en la orilla, ver como el horizonte se come un sol naranja, o como la gaviota canta mientras los barcos se alejan y tu degustas una cerveza, un mojito, un tinto de verano o lo que gustes.
En alicante la gente es ruidosa por naturaleza. Gritona. Y la estridencia está rendida con la relajación cuando uno consigue sentarse en una mesa al borde del mar. Pero, a veces, pasa. Y sino, para procurarlo, recuperamos una lista que nos poníamos cuando teníamos la posibilidad de perdernos en islas casi desiertas con gente respetuosa, y de vacaciones.
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