Un sabio decía que lo malo de tener dinero es que había que saber gastárselo. Yo no tengo ese problema, porque vivo al día. De hecho, le sobran días a mi mes, porque, normalmente, para el día 20, ya estoy temblando y recluida en modo «stop consumo».
Este estado de embriaguez anti-consumista, aparte de extender en mi tiempo modas, me saca de la vorágine tecnológica que sufren muchas de mis amigas, pero si de algo estoy orgullosa es de no haber entrado en ese libro de autoayuda en vivo en el que se han convertido las tardes de demasiada gente (a mi alrededor):
- Una hora de coaching
- 10.000 pasos
- 3 palizas de Crossfit a la semana
- Un poco de running
- …
Y como estoy guapa, más gasto mensual en peluquería, manicuras, pinchacitos de bótox, en proteínas bebibles, masajista, y podólogo… porque claro, alguien que no ha hecho deporte en su puta vida levantando pesas de 50 kilos es lo que ahora se entiende por cuidarse.
Escribo esto, porque me acaban de preguntar si ya he empezado la operación bikini... la respuesta obvia, en alto y con voz convencida, mientras acababa de tomarme la cerveza, ha sido: NO. La que me he guardado para mí, es que yo, al menos, empezaré el verano recta y feliz, sin necesidad de que un cantamañanas me diga que tengo que serlo.
Igual la clave es que, aunque poco, sigo teniendo algo de tiempo para mi y mi músculo a ejercitar favorito: el cerebro.
Deja una respuesta