Hoy vamos a ser escuetos. Reivindicarse es un derecho. Sabemos que aquí las tragaderas y los oídos sordos son una constante: Las vías habituales de queja están muertas, los medios de comunicación de gran tirada son bastante pasotas/dependientes y «los que mandan» llevan años encargándose de asociar la pancarta con el muerto de hambre, como si pasar hambre fuera una decisión que tomamos porque no tenemos otra cosa mejor que hacer.
El riesgo no es que sea el mejor de los caminos, pero ante esta inmovilidad habitual, es lógico que la imaginación brote, o que se busque llamar la atención en actos en los que puedes sacarle los colores a los «ignoradores» habituales . Pero ¡qué va! también es una constante tener más morro que espalda o darle la vuelta a la tortilla, como si el afectado fuera el que debería sonrojarse y el malo el que protesta.
Así está el surrealismo asociado a la pérdida flagrante de libertad de expresión: La banda municipal de Alicante, saca una pancarta para denunciar el pasotismo institucional con una situación que debería dar que pensar a más de uno. El jefe de la ciudad, durante esta semana, se enfada, porque en fiestas no se puede quejar ni Dios de sus aprietos: dejarlos para el martes que hoy tenemos palometas para anestesiar todos los problemas.
Y el alcalde sale al rescate mediando, como un Capitán Trueno con ventajas, comprometiendo el silencio de los hastiados y aprovechando que, en el fondo, no son más que un grupo de trabajadores públicos. Se manda una nota de prensa al periódico del pueblo y aquí paz y después gloria (sin vara).
Pues bien, como nadie lo dice, la Banda Municipal de Alicante lleva años sin los medios adecuados para prestar sus servicios. Hay puestos por suplir, un reglamento por hacer, un acuerdo aprobado en pleno que dicta el compromiso para que volvamos a tener la mejor banda municipal de la península, una banda con más de 100 años de vida que se queja porque no quiere morirse de desidia.
Desde aquí nuestro apoyo incondicional a los funcionarios de la banda, a los aspirantes a entrar en esta institución representativa de nuestra cultura y a los aficionados que, con pancarta o sin ella, no olvidamos que hay necesidades básicas que requieren ser escuchadas, sea fiesta, o no.
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