Autor: Juan Bay
En tu diálogo interior en el reino de la duermevela trascurre el discurso con una fluidez armoniosa, un ajuste en los vocablos, una sintaxis precisa. Es nítida la visión, despojada de ruidos y asumida como epifanía, como revelación laica. Descendió la claridad de entendimiento al mundo de la confusión y durante un tiempo el diálogo gradualmente va disolviendo la maraña cotidiana hasta quedar un fluido transparente con un ligero brillo de luz primaveral.
En tu diálogo interior discurre la verdad solícita, sin la mácula grasienta del reino de la vigilia, sin los ojos crispados y los dedos agarrotados del reino de los sueños. Complacido y sereno por la visión beatífica, siquiera un tiempo, de todo aquello que nos rodea y constituye, el líquido amniótico cede, bien a la vigilia, bien al sueño, donde ya quedas frente a la amenaza onírica o al ejército prosaico de lo pedestre.
Quedas tú sólo. Solo.
Buenos días.
Buenas noches.
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