La primavera la sangra altera; la sangre, la cabeza, las hormonas, el color de la ropa, los jardines… y el ritmo de la música. Y así, excitados después de la última calçotada del año, nos fuimos a ver florecer el primer festival de la temporada: el spring.
La diversión es un concepto tan variable, como los efectos que la nueva estación tiene sobre los cuerpos de la gente, e imaginamos que hacerse viejo conlleva que heredemos ese discurso, de padres, que hace que lo que hacen las nuevas generaciones parezca exageradamente inapropiado.
Las modas son las que son, y, es posible que nosotros ya no estemos para bebernos 100litros de cerveza, o no entendamos muy bien para qué tanto puto selfie y tanta neoestupidez derivada de cambiar el tardeo de mercado y teatre, por una tarde-Noche en el IFA. Pero así son las cosas y, como estamos en minoría, es más lógico pensar que los raros somos nosotros, y que lo importante, aunque nosotros tengamos otro concepto de la jarana, es que todo el mundo se divierta. Y para eso, nada mejor que la música en directo.
Después de aparcar, acicalarnos y tomar un poco el sol en el parking, llegamos a tiempo de ver el final del concierto de Imho. Las cuatro y pico no es la hora más apropiada para ver un concierto: el sol te pega de lleno, no has acabado de digerir la comida, los niños están todavía, empezando a beber… pero siendo el único grupo, íntegramente, alicantino del cartel, no era de recibo perdérnoslo. Así que improvisamos un sombrero con un periódico, que teníamos en el maletero del coche, y nos unimos a la fiesta de la primera fila con los amigos del grupo y los locos que rentabilizaban su abono, como si en vez de en Alicante estuviéramos en el desierto y sudar fuera un mero trámite al son de temazos como «my universe» o «something is changing». El concierto se hizo corto, pero compensó haber «madrugado» aunque sólo fuera por escuchar, una vez más, la maravillosa voz de Jorge Girona;
Maldi dj nos amenizó el cambio de bártulos y una cerveza nos quitó la sed y nos distrajo la transición hasta el siguiente concierto. Del desierto de Imho, pasamos al pacífico de The noises. Sabéis que para nosotros, el disco del grupo madrileño fue uno de los mejores del año pasado y después del conciertazo que nos dieron hace unos meses en la Stéreo estábamos deseando volver a verlos en directo.
Seguramente, en no mucho tiempo, cuando la gente sepa apreciar el talento de estos chicos, toquen a una hora más acorde con su calidad, y tengamos que pelearnos con un séquito de fan´s enloquecidos, para poder verlos desde tan cerca. Pero mientras llega ese momento, disfrutamos del espacio para bailar «Accederás» ó «en tus tumbas» en la relativa soledad de quien aprecia la barrera que nos separa de la tormenta de triunfos que pronto les estallará encima.
Algo parecido pasa con Dinero. Una banda a la que, desde hace tiempo, seguimos de cerca. Este trío es como ese amigo, que todos tenemos, que se pasa la vida viajando y al que cuando volvemos a ver, nos hace ilusión observar que todo le va un poquito mejor, que la última vez que lo vimos. A estas alturas, Sean , Ekain y Ove han madurado lo suficiente sus directos, como para que dé gusto valorar esos pequeños detalles que hacen que cada nuevo concierto sea mejor que el último que habías visto.
Desde que suena «purasangres» hasta que terminan, todo es intensidad, como si la dinamita que da nombre a una de sus canciones, estallara en cada riff de guitarra y sobraran las palabras, o más bien, faltaran aplausos para premiar tanta dedicación. De hecho, esta vez, ese rollo guitarrero nos vino perfecto para desconectar de tanto dj comercial suelto 😉
Con la noche, llegó la mutación. Los niños dejaron sus botellones y, entre el gentío y el tambaleo errante de los que nos rodeaban, aquello empezó a parecerse un poco más a un festival. Los hits más conocidos pasaron de los platos, de los pinchadiscos, al directo.
Después de tres grupos «noveles» los granadinos pusieron el pistoletazo de salida a la parte de los veteranos del cartel. El «todo va a cambiar» con el que abrieron el concierto, fue una especie de premonición. El público estaba caliente y no nos costó hacer un repaso del «futuro», cantando, bailando y riéndonos de los que preferían la artificialidad del otro escenario.
Un final apoteósico con temazos como «náufragos», «errante» o «no puedo más contigo» nos dejó un sabor de boca que hace mucho no nos dejaban los directos del grupo de Juan Alberto Martínez y sus secuaces.
Tras otro miniparón con Jay Alexandre a los platos, y otra cervecita, vimos salir a Sidonie del Ryanair en el que improvisaron la primera «canción (indie) del verano». La bandera de Canadá presidía un escenario en el que las sierras eran los temazos que cortaban la rutina de los «días de mierda» que dejamos en la puerta del festival.
Con un repaso al «costa azul», nuestro disco favorito de este grupo catalán, se acabaron de meter en el bolsillo nuestras consciencias. Habíamos olvidado la sensación que nos provocó la presentación de ese discazo en la fnac de San Sebastián hace ocho años.
Entonces, los postadolescentes gilipollas éramos nosotros. Hay cosas del «prehispterismo» que no deberíamos arrinconar en el baúl de los recuerdos, y con «los olvidados» y «nuestro baile de los viernes» evocamos los tiempos en los que nos sentíamos privilegiados por conocer a Sidonie, antes de que «el incendio» los acabara de poner de moda. Algo parecido a lo que nos pasa ahora con Imho o con The noises, pero sin la tendencia a acumular canas que, por desgracia, tenemos hoy en día.
El caso es que nos dimos cuenta de que seguimos adorando a Sidonie y aunque el sábado pareciera «un día más en la vida» no era así. Al fin y al cabo, los leones viejos y cansados, pueden convertirse, también, en niños que sueñan con que la función de mañana, nos de argumentos para seguir bailando al son que nos marca Axel Pi desde su batería.
El plato fuerte de la noche estaba humeando entre bambalinas. Como en los viejos conciertos de los ochenta, una marejada de humo emergió del escenario mientras dos alemanes con caras de reyes caídos maquillados, salían a la escena a presentarnos su «abnocto» un álbum que, posiblemente, ocupará un lugar privilegiado en nuestra lista de los mejores discos de electrónica del 2015.
El «Living without you» o el «dancing in the corner» fueron argumentos suficiente para cambiar nuestras caretas de indies, por unos zapatos de baile recién estrenados. Recordamos el subidón del Low de hace dos años, el cambio de tercio que nos regalaron, también, en el Arenal de hace tres años, y con esos falsetes y tonos de voz más propios de un castrati que de un rudo compatriota de la Merkel, convirtieron la arritmia de nuestro nihilismo figurado en un paso de baile improvisado. Y, aunque echamos de menos a Ditta Von Teese, no fue difícil acabar de desintegrarnos entre sus temazos propios, el «video games» de Lana del Rey y, la manera más dulce de rozar nuestra fibra sensible: el «lithium» de Nirvana en versión de baile.
Con todos esos ingredientes, mezclados en el escenario, era complicado diferenciar los efectos sanadores de la primavera y las secuelas que unos cuantos conciertos seguidos te dejan.
Pero allí no acababa todo… con el cambio de hora, Second supo tomar el testigo del grupo alemán y como nos había sucedido un rato antes con Sidonie, nos evocaron tiempos mejores con un set list tan bien elegido, que, apenas, nos daban tiempo a respirar entre canción y canción. Con la fuga de logan aparcada por un rato, nos limitamos a rodar por la cantidad de buenos recuerdos que tenemos relacionados con conciertos del grupo murciano. Quizá, como ellos cantan, la distancia no sea igual a velocidad por tiempo y tenga que ver más con los sentimientos que uno acumula cuando relaciona un momento concreto con una letra o un ritmo determinado.
La colección de ratos que han mejorado los second es tan amplia e inagotable, que dan ganas de morder fuerte el pasado, masticar cada una de esas sensaciones y dejar que nuestra memoria haga la digestión de todos los cómos, los cuándos, y los porqués que hemos dejado sin responder.
Hacerse viejo, tiene algunas cosas malas, como las que hemos descrito al principio del artículo, pero también, tiene otras buenas, como por ejemplo, que uno, con el tiempo, valora más y mejor sus recuerdos, y se vuelve más agradecido. Así que gracias a los organizadores del Spring, por brindarnos la posibilidad de tener noches como esta, al lado de casa, a Second y a Sidonie por la cantidad de momentos buenos que sus canciones han mejorado, a los grupos emergentes por mantener intactas nuestras esperanzas, a Cristian set rock por el final de noche apoteósico que nos ofreció, a las tres chicas que me alegraron la noche y a los niños de hoy, por entender que aunque nos hacemos mayores, seguimos pretendiendo no parecerlo demasiado.
Anónimo dice
Viejos? viejos son los que se quedan en casa