Fdo: Elena Sin Más.
Consumo cultura. Creo tener un criterio. Y, a veces, me equivoco. O eso, o que me he hecho vieja y tengo que decir determinadas cosas para quedar bien con gente de otras generaciones.
Me da miedo reconocerlo, pero cada vez me parezco más a mi madre. Parece que su influencia desde el más allá es tal, que repito sus frases como si fuera una ouija de carne y hueso. Me paso el día quejándome antes de hacer las cosas, metiéndome con gente que no conozco o cojeando tanto, que a veces, sin darme cuenta, utilizo el recurso de gritar más que la tele para no escuchar lo que «los otros» dicen.
La parte buena, es que sin tener hijas, soy una buena madre. Una tía enrollada. O eso, al menos, me gusta pensar. Y, por eso, cumplí el deseo de cumpleaños de mi sobrina y le compré un abono para el Spring Festival. Yo no estoy para mucho trote, así que me compré una entrada para el sábado.
Los diálogos entre comida vegana
Fui a recogerla a la hora de comer. A mi madre interior le dio un poco de vergüenza sus pintas: chándal, maquillaje, rollete Motomammy, o como se escriba, gafas brillantes, Converse con suela ortopédica, una falda corta de esas que yo nunca me he atrevido a llevar, unas lágrimas de brillantina… buff! – ¡Dónde te has metido Elena!-
Con el empeño que hemos puesto mi hermana y yo en «educarla bien» y, sí, muy feminista, muy implicada con el planeta, lee más libros que los que yo leía a su edad, pero me llevó a un restaurante vegano en el que me sentía vieja no, lo siguiente. Yo tendría una resaca del quince. Pero o tiene un cuerpo de superheroína, o no necesita cerveza para divertirse, o filtra mejor que yo los efluvios etílicos.
A pesar de todo, nos llevamos bien. Y me divierto mucho con sus historias de instituto. Así que fue una comida entretenida hablando de chicos, chicas, política, conceptos que yo no entiendo y carreras de las que no tenía conocimiento.
El festi
Un café cargado y cogimos el coche, porque la niña conocía a una amiga de una amiga de Maze. Me pareció bien, porque me flipa Javiera Mena, así que subimos en bus y para las 18.30h ya había sudado todo el falafel, el hummus y la verdura.
A Maze no me la esperaba así. No sé si no había ido a un festival nunca, pero salió ahí con dos ovarios y una guitarra a tocar. Mucho flow o un complemento ideal para mi primera sentadilla con cerveza.
Hasta para eso somos diferentes, porque estas chicas de hoy se sobreexcitan con Red Bull. Tanto que en vez de a Javiera Mena, parecía que estaba bailando en una discoteca de la Ruta del Bacalao. – ¡Bendita Juventud! –
El cuaderno de Bitácora no es una crónica, así que me salto el rato Guitarricadelafuente. Y a Arde Bogotá tengo que escucharlo más.
Mi sobri ya llevaba tres Red Bulles en el cuerpo. Y empezó a irse el sol, justo a tiempo para el principio del concierto de Zahara. Y el fem moment de la night. (que diría mi sobrina). Y a mí que se me cae la baba viendo como puedo berrear y bailar canciones de «Puta» con una postadolescente a la que le saco 25 años. Nada más y nada menos.
Parece que hasta se le pasó esa parte «renegante» de la fase en la que mantienes una distancia relativa con la parte pesada de tu familia. Lo que indirectamente, me alegra. Entre eso y las partes remezcladas de las versiones en directo, las coetáneas que bailaban dignamente a mi alrededor y yo creímos que iba a ser el momento dulce de la noche.
Tan bien estábamos, que se soltó. No sé si me gustó saber tanto. Pero a ella no la puedo gritar como a mi tele cuando habla Abascal. Así que, como va en los genes, yo también conté algunas de mis peripecias y ante la incomodidad, ella y yo, empezamos a saludar a conocidos que íbamos viendo entre el público, mientras yo disimulaba mis jadeos (de cansancio) y ella seguía subiendo revoluciones entre las canciones de Cariño tocaba en el escenario 2.
– Me gusta esto – me dijo, de repente, como queriendo correr un tupido velo, o mostrarme su adolescencia madurando entre estribillos rosas y la parte simple que te ayuda a entender lo complicado. Yo más que madurar, estaba punto de caerme de madura, pero me agarré a la parte guitarrera, a la reminiscencia popera y a la actitud punk, que me daba que iba a acabar ahí. Tal cual, «no me convengo», pero corro detrás de mi sobrina y una nueva amiga, post-adolescente también, a buscar sitio en las primeras filas para ver a C.Tangana. – ¡Qué pereza!-
Yo no discuto fenómenos de masas. Porque por algo lo son. Pero digamos que a mí «el madrileño» no me gusta tanto como a otras. Retractarse fue la palabra de la noche, sobre todo entre las que, como yo, iban desganadas a dejar que pasase el tiempo lo más rápido posible. – ¡Hostia, el niño de Elche! – ya se me ha cambiado la cara. La expectativa baja iba haciendo mella en un espectáculo en si mismo, a mitad de camino entre el cine, y lo nunca visto en festivales. Porque sí, hemos visto muchos, casi todas, pero siempre ha habido más juego de pantallas y exhibicionismos que teatro.

Si no te gusta, meto artistas que conoces, partes de canciones que hasta yo he bailado. No canta bien, no toca la guitarra, pero es obvio que sabe lo que la gente quiere y como esconder sus defectos en medio de un espectáculo.
Tan flipada estaba, que perdí de vista a mi sobrina. Y me quedé sola interiorizando cosas que creía que solo las nuevas generaciones podía entender. Incluido ver correr el whisky, encontrarte con Pucho el de Vetusta en un cuadro surrealista en el que también cabían La Húngara o Juan Carmona.
Que te den lecciones en un festival con 43 años bien cumplidos tiene tela. Pero los tiempos cambian y los festivales de tu memoria, ya son recuerdos. Pasado. Otro tiempo. Como la Elena que aguantaba tres días de festival.
Eso me dio tiempo a pensarlo viendo las primeras canciones de Trashi. Otro descubrimiento que dice mucho de lxs que idearon el programa de fiestas, porque hay que saber captar el carisma, o la parte intergeneracional de este espacio en el que nos toca convivir con puretas pasados de rosca y jóvenes sobreestimulados buscando escenarios alternativos donde exhibir todas sus virtudes.
Dorian me daba pereza y tuve capacidad de persuasión (o de dar pena) de tía para llevarme a mi sobrina y a su nueva amiga a casa. Me gusta que, con todo lo que se oye por ahí, no tengan miedo a probar cosas diferentes. Mi madre interior se escandaliza y tiene un poco de miedo a esos ratos de oscuridad nocturna, autobuses llenos y todo eso que no nos han dejado superar las barreras de una educación católica que mi sobrina agradecerá no haber sufrido.
Todo acabó con un beso. -¿aprendiste algo? – me preguntó. -quizá- respondí alejándome de su portal. La respuesta real, dentro de mi cabeza fue – Mucho más de lo que me esperaba – .
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