La risa es el espejo del alma, dicen, pero conviene ser un buen hacedor de puzzles para reconstruir los trozos rotos cuando la rutina te deja sin demasiadas razones para estirar lo músculos atrofiados de tu cara. Por eso, y en todas las etapas de la vida, es tan importante el circo, el teatro, las fábulas y el aprendizaje acumulado.
Cuando tienes días malos, o semanas malas acumuladas, te das cuenta de que la palabra comedia está sobreutilizada. Al fin y al cabo, no es lo mismo creerse gracioso que tener gracia, y más si ante ti hay gente como yo que requiere algo más que chistes malos para soltar carcajadas.
No es un crítica esnob. Seguramente, el problema es más de irritabilidad social que de talento cómico. Pero medir el humor, no entenderlo o mal interpretarlo, convierte algo natural en forzado, cosa que pasa siempre que una mayoría apabulla la realidad con simpleza.
Por suerte, una payasa, tiene otras limitaciones, pero se priva menos de entretener, y lo que no puede decir con la boca, lo traduce en gestos, en onomatopeyas, en golpes… Y eso unido al paraguas del «Para Todos los públicos», te da un rato real de risa como el que nos hicieron pasar Protona y Bombilla (Clowndestino Teatro o Vicky y Susana cuando no llevan nariz roja) en, una de los cuatro buenos ratos que nos regaló la primera edición del festival de circo y clown de Santa Joan.
La nariz roja es una especie de comodín que hace que te dejes llevar por la reciprocidad. Entre «bestias» de 3 a 10 años, hay borricos, locuelos, deslenguados, pensadores…
Si metes en una coctelera lo que ellos demandan (y aportan) combinado con el talento de convertir un cuento de terror, en un rato de risa, la tarde acaba convirtiéndose en el pretexto para familiarizarte con brujas, fantasmas, diablesas, momias… y todas esas cosas que han monopolizado lo que antes llamábamos Día de todos los Santos.
En mi parte de padre, y sentado delante de otros 3 talentos locales del género nenicxs (al Otro lado de la Parcela y Alberto Celdrán) he de reconocer que los cuentos y el teatro infantil suplen la parte noctámbula de los espectáculos que ahora no puedo permitirme ver.
Por eso, al margen del humor, valoro el guion, la historia, la enseñanza implícita y la crítica de una bicha de tres años, exigente como Boyero, que solo aplaude cosas como la transformación figurada en murciélago, el vuelo cantado de una fantasma, o la indignación heredada ante ocupaciones ilegales, sean de brujas, o de Putin.
La vida es mejor cuando se parece a un circo. Aunque me suponga contestar a muchos porqués. Al fin y al cabo, estamos obligados a aprender a hacer malabarismos para llegar a fin de mes, andar sobre cuerdas flojas (e inestables) y a reír, cuando llorar es lo que tu estado de ánimo te pide.
Cambiar esa atmósfera negativa en la que crecimos nosotras, es un punto a favor de todos esos que han encontrado una forma de vida en el arte de entretener. En el orgullo de llevar una nariz roja a juego con los números de tu cuenta. O en que eso sea compatible con tener otros gustos, u ovarios de sobra para sobreponerte a enfermedades puñeteras.
Yo aprendo con cada risa. Y me gusta ver que, como mi hija, una generación entera, se aprende a reír de lo simple, o a exigir unos mínimos para sentirse llenas en una tarde de sábado, o en un martes de Biblioteca, o en una escena cotidiana en la que imaginar al que tienes delante con una nariz roja, quita hierro a los asuntos.
Eso es gracias a gente como Clowndestino Teatro y a quien las programa. A ellas, al Petit Teatre, a las otras tres actuaciones, a las locuras de Chus… y a todas esas cosas que hacen que una familia de familias, sienta un punto de adopción sanjuanera, por estas rutinas ocupadas con bambas de colores, clásicos reinterpretados y mensajes importantes que se cuelan, aunque no lo creamos, en la forma que los que levantaban su mano para aportar ideas, van a tener de vivir sus vidas.
E igual, hasta alguno de los progenitores presentes vuelve a levantar su mano, o se permite el lujo de hacer la payasa, que aparte de generar risa, relaja que no veas.
Deja una respuesta