No, en estos tiempos de velocidad vertiginosa, no pretendo tirar una mirada crítica a como era España en 1996, ni tampoco voy a hacer una comparativa parcial como la que han hecho otros medios, ni a dejar entrever mis filias y mis fobias políticas. De hecho, no pretendía publicar este artículo, pero al reestrenar la terraza del bar de mi calle, un amigo me dijo ayer que mis sensaciones, al margen de la opinión en si, podrían tener un carácter didáctico.
El domingo me senté delante de la televisión a ver la entrevista de Évole a Aznar. En mi tiempo libre, aunque las nuevas generaciones se han acostumbrado a ver la tele twiteando, procuro no tener el móvil a mano. Pero en esta ocasión la curiosidad me pudo.
En las dos o tres cuentas que manejo, sigo básicamente a gente relacionada con la cultura. Hay concejales de varios partidos, artistas, gestores, cuentas híbridas de teatros, auditorios, turismo… ya sabéis.
Lo más curioso, es que sin quererlo, y partiendo de las telarañas acumuladas en estos 25 años, el experimento social, me descubrió una parte podrida de este país.
Sin todavía empezar la entrevista el hastag #LodeAznar ya era trending topic -¿cómo puede ser?- pensé, si todavía no ha dicho nada. – justamente, hoy en día no importa lo que uno diga, porque ya hay una opinión preconcevida. Y en apenas media hora había cientos de mensajes sobre la guerra de Iraq, los ex-ministros en la Cárcel, la corrupción, etc. Y réplicas «de derechas» disparando a discrección contra el Gobierno socialcomunista, Los Grapo, Filesa…
Me maravilla como la gente puede ser capaz de leer todo (aunque sean 140 caracteres) y seguir el hilo de lo que el expresidente decía.. Yo no voté, ni votaría a Aznar, pero hay que diferenciar la importancia entre un presidente del Gobierno y un seudónimo que escribe sin pensar. Buscando un titular fácil, el apoyo de sus incondicionales y los comentarios en contra de sus haters. Un mira lo que ha dicho, entrecomillado, que no admite dudas, ni reflexiones posteriores, ni contextos. Como si 8 años de mandato pudieran resumirse en una frase.
Así que apagué el móvil y acabé de ver la entrevista. Y con la balanza dudando entre inclinarse entre el ego de no ver los defectos propios y el respeto por haber respondido a absolutamente todas las preguntas casi sin titubear, cosa que no todos los invitados de Évole han hecho, volví a encender el Twitter. Actualicé el hastag y, de repente, desaparecieron las gentes de la opinión inamovible. Sobre las 21.45h los «buscalikes» se esfumaban y dejaban paso a políticos, twitteros más reflexivos, seguidores de Ceberio y Ferreras tratando de desmentir afirmaciones del expresidente…
La vieja escuela necesita argumentos para posicionarse. Imagino que la impetuosidad se corrige cuando uno aprende a asumir los errores, la pena que me queda es que en 1996 uno era responsable de lo que decía y lo que escribía. Porque no era tan fácil como ahora expresarse libremente: o cogías un spray y pintabas una pared, o te plantabas en una redacción de periódico con un artículo, o montabas una huelga o una manifestación para reivindicar lo que creías, con todo el papeleo que eso implica. Ahora enciendes el móvil, escribes, le das a «publicar» y da igual que lo estés haciendo mientras cagas o borracho como una cuba. Democracia, lo llaman.
No todo el mundo tenía la misma repercusión. Y, aunque Warhol ya había avisado sobre el futuro de los 15 minutos de fama, todos esos derechos que ahora decimos haber perdido, partían de una serie de premisas, y obligaciones, que ahora se olvidan, o no se ponderan. La libertad tiene sentido partiendo desde el respeto, la lucha por tus intereses particulares es más sencilla cuando tienes empatía suficiente, no solo para pensar en tus iguales sino también en la parte de enfrente. Resumiendo, refugiarse tras el escudo ficticio del like ha destruido el proceso de creación de la (auto)crítica de miles de personas a las que les gusta más escucharse a si mismas que pensar que el resto puede aportarle algo. Hasta Aznar habló de la importancia de ese contexto en el que un «Pujol enano habla castellano» se convierte en un pacto con CIU.
25 años después, ya con 40, uno empieza a ser consciente de que lo que soy, más que por lo que yo pueda aportar, lo soy por lo que he escuchado a gente más sabia, más preparada, o con más carisma que yo. Y esa premisa es la que te permite evitar generalizaciones para diferenciar un buen profesor de uno malo, un periodista digno de ser seguido de otro amarillista o un político que merezca tu voto, de otro que va a pasar de ti encuanto pasen las elecciones.
En mi día a día, es una constante enfrentarme a gente que opina sin haber llegado al final del artículo. Gente que prefiere pasarse dos horas pasando fotos de Instagram que leer algo en concreto. Personajes, sin referentes claros, ni intenciones definidas, que hablan desde un pedestal sin haber hecho nada para merecer la atención de esos miles de personas que lo utilizan para no pensar.
Aznar no me contó nada nuevo. Pero a veces hay que pararse a escuchar incluso a tu peor enemigo, porque puede darte una clave tonta como que España, por desgracia, no se caracteriza por la persistencia. Quizá, a veces, habría que saber primar esas cosas en desuso. Alimentar valores que la voracidad no nos permite desarrollar. Más que por nostalgia, porque una parte huérfana de agarres fiables de la población, la está necesitando desde hace tiempo, aunque aún no sean conscientes de ello.
A veces, lo difícil es encontrar similitudes entre lo que dice Aznar y lo que yo puedo pensar. Y justamente eso es lo que uno debe extraer de este tipo de entrevistas: que el camino difícil, tiene una serie de exigencias y matices que hacen que al final de él encuentres cosas que nunca encontrarás ofuscándote en creer que el mundo se cambia sin escuchar a la parte de la población al que pretendes dirigir ese cambio.
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