Al hacer una valoración del modelo de negocio de las empresas culturales de la provincia de Alicante, nos hemos encontrado siempre, los mismo escollos. Una analogía, tristemente real, de la historia del huevo y la gallina, que entre unos y otros, dejan en bragas a la parte profesional de la cultura.
Es obvio que la falta de interés (o de implicación) de una alarmante mayoría de gestores públicos (perdón a los que sí lo están) es el detonante que hace que las necesidades reales se pongan en duda. Si hiciéramos una comparativa entre el éxito de las empresas privadas y lo que promulgan las instituciones públicas, nos daríamos cuenta de que hay profesiones que, teniendo cabida en el aparato económico-cultural, malviven por falta de trabajo.
Alicante no es un caso aislado. Aunque sí que es cierto que en otras provincias se suple la falta de dinero con contrataciones puntuales, o aprovechando al personal existente para evitar el déficit de difusión, ilustración, técnica o puesta en valor de la cultura en el 90% de las Concejalías de Cultura, teatros públicos y Centros culturales de la provincia.
También es cierto, que hay una parte envejecida del sector privado, que sigue empecinada en la gestión con dinero negro, no gastar un euro en difusión, o no invertir en personal especializado en redes sociales, fotografía o ilustración. Lo curioso es que los que sí han crecido, sí tienen en nómina a freelances «reconvertidos», empresas con las que firman varios contratos de publicidad al año, ilustradoras, etc, mientras ésta es la realidad del estudio que hemos realizado en el sector público:
- 19% tienen, al menos, una persona encargada de la Comunicación.
- 12% tienen un community manager profesional.
- 8% tiene un fotógrafo/fotografa (al menos, para casos puntuales).
- 3% tira de profesionales de la grabación para «adornar» sus proyectos/propuestas.
- 10% tienen un-a ilustrador-a.
- Curiosamente, otra encuesta nos dice que el 86% de las Concejalías-espacios públicos hace 10 años o más que no renueva su imagen.
- 7% espacios públicos tienen técnicos propios.
- 9% contrata difusión fuera de los grandes medios.
- 17% tienen una newsletter informativa.
- 16% utiliza un medio de difusión directo a través de Whatsapp o Telegram.
- 13% tiene su programación en pdf en un lugar/web accesible para todos.
- 7% hace campañas publicitarias de sus propuestas fuera de la localidad en la que está ubicado el teatro/centro/actividad en concreto.
- 13% tienen su agenda actualizada (aunque, salvo casos puntuales, no cuentan con las cosas de las bibliotecas, barrios o eventos pequeños) y llama la atención que no haya interacción entre lugares del mismo Ayuntamiento, o gestor.
- El 0% se hace eco de las propuestas privadas.
*Contamos el personal en prácticas. y los «contratos fin de obra».
Cómo veis, hay un 90% de potenciales trabajos que no se cubren. Y todo esto sin entrar en las capacidades de gestión que muchos (no) tienen más por desidia o falta de implicación/conocimientos/empatía que otra cosa.
La consecuencia es que más del 90% de los profesionales de la cultura de aquí cobren por debajo de los 18.000€. Que la fórmula jurídica más común es ser autónom@, en precario e inestable o se recurra a formalizar proyectos a través de asociaciones con fecha de caducidad.
Con las cosas así, es lógico que cientos de proyectos al año caigan en saco roto, porque igual que no se entiende la necesidad de contratar medios, ilustradores, fotógrafos, técnicos, etc, se precarizan ayudas y contratos que no se corresponden con la realidad económica que vivimos hoy.
En definitiva, la cultura no se debería diferenciar del resto de profesiones. Nadie concibe que en una fiesta no se contraten más basureros para limpiar, o que si se rompe un baño público, en lugar de un fontanero, arregle el urinario un Concejal. Pues he ahí el concepto a cambiar. Hay partes imprescindibles de la estructura que no se deben menospreciar, y más cuando en 2022, un 78% de Concejalías de Cultura «fardó» de Superávit, o dicho de otra manera, no se gastó el dinero destinado a «mover» la cultura de su localidad.
Cierro con una conversación que hace poco tuve con un funcionario retirado, que me dijo que durante muchos años se limitó a hacer lo mismo que hacía el año anterior, hasta que un año le dio por escuchar «lo que la gente del pueblo necesitaba» y resultó que era más barato y menos complicado, porque cada uno de los interesados fue aportando su granito de arena hasta montar una agenda cultural apetecible. Quizá sin grandes nombres, pero que entretenía a jóvenes y viejos durante 52 semanas al año.
Suena fácil ¿verdad?
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