Hoy, si me lo permites, voy a hacer un alegato de la cultura desde mi foro interno. El del criador de conciencias que aparca el peso del mundo durante un tiempo, para hacer de la perspectiva diferente una observación pausada de la vorágine (que no para) en la que se ha convertido el mundo.
Llego de otro plan a medias. Recién salido de esa burbuja llamada cultura, que más que del arte, parte de la diferencia de ser participe del acto de probar, precedido de un momento de curiosidad.
Hace tiempo que sé que vivo rodeado de gente que equivoca el merodeo de lo peculiar. Seguramente, porque sentirse aceptado conlleva formar parte de la simpleza, que yo no critico, aunque me de pena. Sí, me entristece que veas un cartel y no te pares. Que si te paras no te preguntes que hay detrás, o qué significa, Que llames felicidad al hecho de repetir una rutina, con la misma gente, en el mismo sitio, acatando a pies juntillas la banda sonora que pone otro, el guion del que no te puedes salir, el vestuario que la moda impone y el relato. Porque tú y tus siete amigos, seríais bienvenidos. Y estoy seguro de que hasta os divertiríais.
Lo triste no es que te pierdas cosas. O que no seas consciente de que te las pierdes. Sino que tu vida no tenga porqués. Que hayas cambiado las preguntas, por la primera respuesta que te dan, la más fácil y la que no exige desarrollo, ni debate.
Vengo de tomarme una IPA viendo un concierto de Soledad Vélez. De ver sillas vacías en un taller y gente que podría estar haciendo zumba, indagando en los pormenores de la danza contemporánea. Tres puestos de artesanía. Gente a la que no he visto en mi vida. Pero me resulta atractiva.
Sentado en una de las mesas rojas, mientras mi hija baila y me enseña lo que es la intuición o la expresividad sin matices sociales, ni comerciales, te he visto jugando en el parque de siempre, sin preguntarte por qué han puesto una barra entre el kiosko y el columpio. Veo como, a pesar del bullicio, sigues prefiriendo mirar el Instagram, en lugar de acercarte a ver de dónde cojones sale esa música.
Te veo rodeando la estación para no verla. Estando a dos calles sin plantearte qué pasará hoy ahí, o en el MACA, o en Las Cigarreras, o en Elche, o en Villena… porque una caña, en el bar de siempre, con la misma gente y las mismas conversaciones, no requiere inquietudes, ni esfuerzos, ni decepciones.
De camino al Tram, me he mezclado con ese atrezzo de la monotonía. La sonrisa forzada. La ansiedad bajo el maquillaje de un sábado más haciendo lo mismo.
Lo triste no es formar parte de esa fila de viandantes sin nada en la cabeza. La pena es pensar que aunque podría ser de otra manera, no te apetece. No lo quieres. No lo ves. Ni quieres saber. Ni te quieres arriesgar. Ni quieres probar.
Seguramente no entiendas que aunque creas que soy raro, pasé por cientos de borracheras que acabaron en vacío. Incluso follé muchas veces con gente que no me aportó demasiado. Me gasté dinero en ropa más por consumismo que por necesidad. Como tú. Y en ninguna de esas cosas, me sentí la mitad de lleno que me siento ahora digiriendo la IPA y las sensaciones de haber tenido un rato diferente, elegido por mí entre cientos de planes posibles. Preguntándome como hubiera sido la historia si hubiera optado por otra cosa.
Mi alegato de la cultura, parte de esa libertad que ahora siento. No he tenido que hacer un viaje al otro lado del mundo. Mi gasto no ha llegado a cinco euros. Dos horas de vida bien invertidas tras una larga y tediosa semana. Ya no me pregunto qué es lo que falla. Lo sé. No puedo cambiarlo aunque me esfuerce. Me da pena, a veces, pero no hoy. Hoy la culpa es tuya por no tener un poco de curiosidad. No es una crítica. Es una realidad. Sí, la que yo veo y tú podrías si no hubieses perdido por el camino esa bendita peculiaridad.
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