Ayer, 25 de noviembre, fue el día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer. Hoy al ojear los cientos de e-mails que recibimos cada fin de semana, había un alto porcentaje de mensajes de Ayuntamientos relacionados con actos contra el maltrato de género. Hecho que les honra, pero que me da que pensar, tanto como cuando veo a los políticos guardar un minuto de silencio cuando una nueva tragedia se consuma, hecho que les honra, también, pero que como bien dice una buena amiga mía, militante feminista (que no feminazi) más valdría que esos cinco minutos de reflexión posterior (o los gastos de todos los eventos de este fin de semana), los dedicaran a evitar que, por ejemplo, 45 mujeres hayan muerto ya en lo que llevamos de 2018.
En un tema tan delicado como este, la hipocresía no ayuda. No es algo que se pueda tratar desde un despacho aislado, ni basta con edulcorar la historia con obras de teatro que ve gente que ya de por si está concienciada de la importancia del tema, o programar un concierto o un acto con declaraciones orquestadas que se pierden cuando, después, hay que dedicar una parte del presupuesto público a legislar, a educar y a cambiar las cosas.
La solución a esta lacra está en la calle. Son los que conviven con el problema los que reclaman mecanismos diferentes para tratar el día a día de los acosos, las percepciones equivocadas, el silencio de mucha gente, o el concepto de normalidad de determinadas situaciones «cotidianas» que son el principio de lo que, al final, acaba en una muerte, en una paliza, en una violación, en un insulto, en un sometimiento, en un acoso, en una distinción o en una discusión cerrada por la fuerza.
Casos reales…
Ayer desayunaba con una entrevista a una profesora de Universidad haciéndose eco de un problema llamado perspectiva de género en la educación. Cuando desde este medio reclamamos inversión en cultura (y educación) no nos referimos sólo al dinero, sino, también, a la visión que implica la realidad. Tratamos la violencia de género como un asunto de estancias marginales y quizá empezar a atajarlo desde ahí sería un buen punto de partida, pero si ocurre en la Universidad, quizá haya que invertir tiempo en las nuevas generaciones que conviven con las viejas concepciones de patriarcados obsoletos, de limitaciones inexistentes o de pasados que no deberían haberse mezclado con el presente nunca.
El domingo pasado Jordi Évole entrevistaba en su programa a una cuadrilla de jóvenes de apenas 18 años que decían haberse enfrentado a momentos de «tensión sexual» desagradables… «me agarran por el cuello», «si no has follado con 18 años (varias veces) eres un bicho raro», «hay cosas que no me gustan pero no sé como negarme» fueron algunas de las perlas que gente de las nuevas generaciones soltaban en un contexto en el que la sexualidad había evolucionado para una cosas y se había ido a la mierda para otras…
«Eso es televisión» dirán algun@s… pero el pasado sábado en la puerta de la Caja Negra de Las Cigarreras, yo mismo asistí a un momento en el que un grupo de críos de 10 o 12 años, insultaban a una señora de treinta y pico con lindezas como «coño abierto» «puta gorda» u «ojalá te violen». Hay dos formas de verlo: son inocentes y no saben lo que dicen, o ¿cómo hostias sabe un crío de 12 años lo que es una violación, un coño abierto y otras cosas que es mejor no reproducir? y si lo saben ¿qué les incita a deseárselo a otra persona? Agarré a uno de esos mocosos y, utilicé una táctica más que efectiva en mis tiempos, usar a la figura femenina más representativa como sustento de argumento empático, le dije «chaval, te imaginas que cojo a tu madre y le digo lo que tú le estás diciendo a esa señora», el niño me miró desafiante, y me dijo «haz lo que quieras, puto viejo».
Me dieron ganas de utilizar los viejos argumentos de mi abuelo: pensar que ya no se respeta nada, o cruzarle la cara por gilipollas. Por mi experiencia, los tortazos no aportan nada. En general, la palabra es mucho más efectiva que la violencia. Pero ¿la palabra de quién? ¿quién es a día de hoy una persona respetada por estos chavales? ¿Cuál es la autoridad (si es que la hay)? ¿cómo enmendar errores ya acaecidos? ¿cómo introducir el concepto respeto en mentes que ven como normal el insulto, la vejación, o jugar con una silla de ruedas emulando a un enfermo de parálisis cerebral?
Un experto, en la radio en la que estaba la profesora de Universidad, entraba esta mañana a discutir los hábitos de los niños, y las niñas, de hoy en día. Desde la hiperactividad derivada de usar el móvil (a todas horas), hasta la influencia del Regueatón (música de cabecera de fiestas infantiles, fiestas de colegios, mp3 de niños que viajan en Tram (sin auriculares)…) y las letras denigrantes que los adolescentes «perrean» a todas horas, el individualismo, la utilización de su «influenciabilidad», la tele y los youtubers, los influencers, los progenitores modernos (y permisivos)…
Esa es la realidad, unida al parte de noticias tales como las de los dos gilipollas que se grabaron, ayer mismo, mientras intimidaban a una joven, o la sentencia exculpatoria del hombre que resulta que no intentó asesinar a su mujer porque paró sin que nadie se lo dijera (otro ejemplo de que la legislación, también, ha quedado obsoleta)… o la consumación de la víctima 45 de la violencia de género en lo que llevamos de año. ¿Imagináis las alertas que saltarían si no sé qué epidemia, pandemia, o virus desconocido, matara a 45 personas en menos de un año? ¿Y por qué en el caso de la violencia de género no se toman medidas?
Ahí está el trabajo por hacer… una labor que poco tiene que ver con el postureo, con los actos que ven los que ya entienden lo que la igualdad significa o los que hemos vivido en un entorno feminista con madres trabajadoras, profesoras que nos han encauzado hacia rutinas lógicas y parejas, que por suerte, no sufren en sus carnes discriminaciones de ningún tipo. Pero, como las meigas, haberlas haylas, y aunque la apariencia de normalidad siempre está ahí, la realidad de las noticias y lo que vivimos en nuestro entorno es otra. Por eso somos feministas, por eso respetamos, por eso callamos cuando tenemos que callar, luchamos cuando tenemos que luchar, y criticamos cuando consideramos que hay algo a lo que hay que dedicarle más tiempo, más esfuerzo, y más dinero, que el que, a día de hoy se le dedica.
A los políticos y encargados de comunicación que nos envían las notas de prensa
¿Quieren noticias? Busquen la realidad de los barrios marginales ¿quieren fotos? aflojense sus corbatas, quítense el maquillaje y bajen a bregar con colegios sin medios, con abogados que requieren unas legislaciones adaptadas a la realidad, con trabajadoras que exigen dignidad, con mujeres que tienen miedo por sus vidas y quizá el año que viene, haya menos muertas (ojalá que ninguna), menos necesidad de reivindicar cosas el 25 de noviembre, menos fricción, menos frustraciones para las que buscar culpables y más igualdad, que es lo que el mundo, en realidad, necesita.
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