Alberto Celdrán no es precisamente un barítono apto para primera voz de la coral tabarquera, pero hay cuentos que se recuerdan mejor con melodía. Quizá por eso, y suscritos ya al club de fan del cuentacuentos más activo de la provincia, nos fuimos un sábado de junio a ver si aprendíamos a rimar el calor con la vida.
El Espacio Séneca es un batiburrillo de experiencias que trata de buscar un alma reconocible. A mí, particularmente, no me gustan las exposiciones que han montado allí, pero sí que me gusta la parte que convierte la vieja estación de autobuses en el centro neurálgico de los Mercados: La Estación, el Spring City, el Coño, el MOA (aunque este año lo hayan montado en Cigarreras)… y, como no, la parada alicantina del Alacant Street Food Market.
Ahí, entre foodtrucks, mesas a la sombra, cerveza y granizados, buscamos nuestro espacio para divertirnos un rato el sábado a la mañana.
Para los que echamos de menos el recreo, haber tenido hijos es una forma de revisualizar conceptos que sólo crees tener cuando eres un niño: la falta de vergüenza para arrancarte a bailar, la imaginación, la retentiva, la capacidad de crear un grupo de baile sin tener que pagar matrícula… y la capacidad de vivir las cosas sin excusas «de mayor» como el reúma, la pobreza, los miedos de diván y otras enumeraciones personificadas en cada una de las mesas a la sombra de… Séneca.
Me mola Alberto, porque mientras entretiene a su público preadolescente, reta al resto. Cada cuento, o en este caso canción, lleva implícito un recuerdo, una evocación, un retroceso hacia tu yo olvidado. Y ahí, entre sorbo de cerveza y patata frita, te vuelves analógico, chirrías y divisas la parte no bailada de todas tus fiestas.
Mi hija es la profesora de apoyo. La práctica, la que canturrea la canción de los monos que saltan en la cama, la que baila, corre y me saca de mi zona de confort. La que me contagia sonrisas. La que pone a prueba mi capacidad de atención.
El sudor es una consecuencia obvia, en un día de 30 grados. Pero es cierto que los artistas sudan más. Tengo horarios a los que ceñirme y el Tram me deja el margen justo para un último baile. Mi hija ha aprendido a dar vueltas y yo he comprendido que aunque tengas 40 años, puedes ser un niño. Aunque solo sea por un rato.
Seas padre o no, te lo recomiendo. Es más efectivo que pasar fotos en Instagram, que masacrarte la espalda en el Gimnasio o que hablar en un diván. Eso sí, el grado de naturaleza salvaje, depende de la parte animalesca que te permitieran forjar. Por lo que veo, hay un déficit general en eso.
La buena noticia es que tiene remedio.
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