La admiración es un bien en desuso. Con tanto Instagran, y tanta paparrucha, hemos abandonado viejas y saludables costumbres como escuchar, pararnos a pensar, conversar, fotografiar con la mente (que no molesta tanto como un flash de móvil) o respetar.
Quizá gran parte de los problemas actuales se acabarían si nos tomáramos más de un segundo para pensar en ellos, o para escuchar lo que otros piensan sobre una misma disyuntiva que pasea día y noche por tu cabeza. El Striptease Verbal de Viva la Pepa es precisamente éso: un ejercicio de escucha, cambiar el consuelo silencioso de tu almohada por una reflexión de un personaje al que, seguramente, crees conocer y con el que, probablemente, compartas más de lo que crees.
Ayer la protagonista del speach fue Anita Antón. Y lógicamente, bajé a verla, a darle un achuchón y a escuchar lo que tenía que decirnos desde el otro lado del biombo. En la sombra, y sin guitarra, la desnudez del alma adquiere un sentido muy particular, y más teniendo en cuenta que gran parte de su atractivo reside en la fuerza de sus ojos, que en la penumbra no brillan igual.
Lo bueno es que a falta de miradas, el brillo se traslada al alma, a la conciencia, a la costilla y a eso que late mientras uno escribe unas cuantas hojas sueltas que componen un puzzle de tu vida. El trauma de la arruga, el ácido hialurónico, las agujetas, las prisas, las estrías… y algo que uno no debe olvidar: el proceso que hace que la piel de manzana se transforme. No por el tiempo, sino por la experiencia acumulada.
No Anita, tú no has envejecido mal, todo lo contrario, cada día que pasa estás más guapa. Quizá no para los que te miran con la lascivia del deseo pasajero, o los que temen que cada día tus argumentos tengan más trascendencia, pero sí para los que miramos más allá y te vemos como mujer, como madre, como cantautora, como corista, como estudiante/trabajadora/especialista. Ninguno puede personificar la revolución, pero sí que podemos trasladar lo bueno de nuestras conciencias transformadas por la experiencia para ayudar a que mañana el mundo parezca, al menos, un poco mejor.
Al margen de dos voceras impertinentes, reuniste gente que comparte heridas de guerra, feminismo, pelea y militancia. Gente que escucha, personas predispuestas a admirarte, a pensar sobre lo que dices, a aplaudirte o criticarte, a hacerte un tatuaje, a llenar de monedas una media, o a brindar contigo por la vida.
Como me pasó tras el striptease de Alfonso, y el de otros a los que considero amigos, me gustó ratificar que os conozco por fuera y por dentro, que si nos cruzamos en este camino que arruga nuestras pieles, es porque tenemos un sinfín de cosas en común que, a veces escribimos, y otras las mezclamos con cervezas, palabras y música.
Los pliegues son un daño colateral, o una forma de recordar lo que vivimos intensamente. La historia seguirá escribiéndose sola el viernes en la huelga, el sábado en las jams de Sant Joan y el Tumbao, en alguna mesa con 2, 4 o 7 cervezas y un agua (para Vicky). Pero lo bueno es que en ese transitar seguiremos escuchando, seguiremos aprendiendo y nos seguiremos arrugando con la dignidad que da hacerlo felices y con la conciencia tranquila.
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