Unos días antes de las primeras proyecciones del Ros Film Festival de este año, empecé a recopilar notas sobre los participantes, los artistas, el público, Ricardo, las fotos, el crecimiento exponencial, la base, el principio o los porqués.
En el fondo, un análisis minucioso requiere mucha observación. O, a veces, basta con escuchar lo que la gente piensa y dice abiertamente.
De ahí, sin boli, ni papel, nació la síntesis perfecta de lo que es el Ros Film Festival en una frase suelta de Lorena Sánchez (directora de QUO): «Alicante no sabe lo que tiene con el Ros».
Simple, conciso y real, partiendo de tres premisas básicas de la dinamización: programar bien, elegir minuciosamente y generar debate. De las dos primeras, podemos decir que vamos aprendiendo a marchas forzadas, no hay más que echar un ojo a la agenda y a su variedad de contenido. Pero si algo me gusta de este festival, es que introduce agentes diferentes a las discusiones habituales. Ya no solo dando giros a los temas a través de la ciencia, la robótica, el cine alternativo… sino inmiscuyendo en «la discusión» a grandes nombres detrás de los micrófonos de las mesas, o en las tertulias de barra anteriores y posteriores a cada cita.
Antonio Arias, en su concierto, también dio en el clavo, cuando evidenció que nos quedan muchas cosas por aprender de las que no somos conscientes. Al fin y al cabo, la sabiduría parte de eso: de tener curiosidad. Encontrar motivaciones para ir un paso más allá. Aprender a escuchar, y hacer de la digestión de lo dicho, un nuevo porqué que te lleva a otros nuevos y diferentes.
La ciencia y la cultura de toda la vida, tienen una cosa en común: que parten de teorías, requieren experimentación y que no siempre tienen hueco en el día a día del gran público. Seguramente por eso, el gran acierto de la edición fue partir de algo tan abierto a suspicacias como «la libertad». 20 días después no sabría decir quién es el robot, ni quien lo crea, ni cuanto hay de esclavitud en cada uno de los movimientos que hacemos en nuestro día a día.
Lo que sí que sé, es que la puesta en valor de una sociedad, requiere un proceso en el que hay que apretar y aflojar muchos tornillos, redefinir la inteligencia (la artificial y la natural) y aprender a convivir con conceptos que nadie nos explica y que deberíamos querer descifrar juntos.
La admiración es mucho mejor punto de partida que la crítica innecesaria, que tan de moda está (por desgracia). Y en el camino recorrido del Soda, a Viva la Pepa, pasando por el Ocho y Medio, Fahrenheit, los institutos y Cigarreras, puedes encontrar la clave de la frase suelta de Lorena. Quizá sí que empezamos a saber lo que el Ros aporta, pero a los alicantinos se nos da fatal vincular los cabos sueltos que protagonizan el corto por rodar, o dan movimiento a las piezas sueltas del robot que, inconscientemente, vamos construyendo entre todos.
Mientras terminamos los planos, discutimos los matices, reinventamos el programa, añadimos fórmulas, coqueteamos con la música, la escena, la risa, el arte, la fiesta… y buscamos el camino hacia una quinta parte perdida entre la luna de Worden, el plástico reciclado de Olga Diego, el autismo con el que convive Raquel Sastre, y enigmas más mundanos que, sin saber porqué, nos empeñamos en complicar. La vida seguirá. Y ahí es donde más echaremos de menos no poder invertir nuestro tiempo en dar rienda suelta a nuestro friki interior.
Me gusta que todo esto no esté institucionalizado, aunque se echa de menos a las instituciones. Me gusta que se abra la puerta a todo el mundo y me jode que haya mucha gente que no tenga los huevos de entrar. Me encanta recuperar contactos olvidados con una parte de la ciencia, que el científico se esfuerce por hacerse entender y que Alicante, en medio como el sol, vaya alumbrando teoremas, teorías, fórmulas, experimentos y vidas paralelas.
En alguna de ellas, encontraremos el principio de la siguiente historia, mientras digerimos la acción, el nudo, el fin y todo lo que sigo ordenando en mis apuntes del Ros Film Festival del 2021.
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