Nunca hubiéramos pensado que la arena de la playa de Muchavista pudiera parecerse en algo a esos foros en los que Tales, Sócrates, Platón o Aristóteles, trataban de solucionar cuestiones existenciales en la antigua Grecia. Pero cuando Billy Mandanga coge una guitarra, todo puede pasar. Incluso que una tarde de cervezas con granizado de limón en un chiringuito, se convierta en una clase magistral de primero de política, segundo de sociales ó iniciación a la sociología.
Imaginaréis que tras ese «mezcluje», combinado con los primeros vientos de la primavera, quedaran más preguntas por resolver que respuestas concretas, pero es lo que tiene no saber, aún, si eres animal o energía, o si mantienes la duda de qué es lo que delimita el hecho de considerarse cuerdo o que te traten como a un loco.
Para resolver esas suspicacias, tendremos que pasar más tiempo pensando, emborracharnos de vez en cuando, dejar que el verano pase por el Ton-Tín, o ir a más conciertos de Iván Serrano. Pero mientras tanto, lo que si encontramos en aquel rincón exquisito, fueron algunos ingredientes de la receta de la felicidad: la cerveza, la playa, la buena compañía, el amor, la música… quizá faltó sol, algún aderezo material… pero como lo difícil no es encontrar la cantidad exacta de cada elemento, sino conseguir la fórmula ideal para que todos podamos sonreír un poco más, si cabe, nos conformamos con seguir experimentando: algo que siempre es divertido.
Dejamos que pasaran unos cuantos «trames» por el scalextric, antes de que la música empezara a sonar, y con un bolero de locas, dedicado a las que se enamoran en silencio, empezamos una distendida tarde de sábado santo. Como somos poco religiosos, optamos por mezclar protones, neutrones y limones en un vaso, mentamos a Punset, con el peligro que eso conlleva, y seguimos apuntando más ingredientes de la receta de la felicidad.
El repertorio, siguió obligándonos a echar un vistazo al ayer, mientras nos dábamos cuenta de que: ni hacía falta recordar, ni había más pasión en Paris que allí.
Así que aparcamos el victimismo y como por las noches, la soledad desespera, invocamos a la Bersuit para apurar los rayos de sol que aún se dejaban entrever entre las nubes que ennegrecían el cielo.
Como no hay nada que nos guste más que demostrarle a Wert que se equivoca, hicimos un curso rápido de dialéctica, un arte en desuso (sobre todo en los ayuntamientos, el parlamento y esos lugares donde se dan cita nuestros queridos representantes), y hablamos de política, para no olvidarnos de que dentro de muy poco podemos cambiar cosas como, por ejemplo, que El Campello se haya quedado sin la música en directo del Mentxaca,
De hecho, nos pusimos tan reivindicativos, que nos unimos al grito del movimiento partisano italiano. Y acompañamos el estribillo «Bella ciao» como si la guerra mundial no se hubiera acabado.
Supongo que hay cosas que no cambian y cantos que no pasan de moda. Por eso, nunca viene mal recordar las lágrimas que nos cayeron la primera vez que vimos Habana Blues y lo masocas que nos volvemos, repitiendo riesgos que nos acercan al sollozo. Pero la experiencia, nos acaba enseñando que las lágrimas también forman parte de la receta que estábamos ayudando a perfeccionar.
Sazonamos con sal, el final del concierto, añadimos la emoción a la fórmula, la fidelidad de los fan´s más incondicionales, el aplauso, las ilusiones de un verano en el chiringuito filosofando (como el pasado), siempre con música, y con músicos, y con bailarines, y con gafas de espejo para el más loco de los cuerdos, y arena, y una basurera en la que depositar la basura y las colillas, vamos, el civismo que a algunos alicantinos les falta cuando van a la playa…
Al final, evidentemente, la receta no salió perfecta, pero, al menos, nos acercamos. De hecho, la mejor lección que podemos sacar de esta hermosa tarde, es que intentarlo es la mejor manera que tenemos de arrimarnos a la felicidad que todos buscamos. Así que guardamos los ingredientes imprescindibles y dejamos un hueco para los componentes que se nos vayan ocurriendo para la siguiente experimentación.
Por cierto, si reír nos acerca a ese sumun de endorfinas en la mente, no podemos acabar este escrito sin obviar el chiste, de pueblo, del impasible Adrián Berenguer. Pero si queréis escucharlo, tendréis que buscar a los pura mandanga y pedirle al saxofonista impertérrito que os lo cuente 😉
Anónimo dice
Qué ganas de poder disfrutar de la música, las cervezas y de ese chiringuito!!