Primero fue la Coca-Cola, luego el payaso del Mc Donald, con la navidad llegó Papá Noel arrancando la cabeza a los viejos Reyes Magos y por si no tuviéramos bastante con la primavera del Corte Inglés, las luces de navidad en noviembre y las campañas de publicidad de colonias y juguetes, el tranquilo mes once, se ha convertido en un «black november»: Halloween primero, Acción de Gracias después y para cerrar el círculo (o abrir el consumismo navideño) el Black Friday.
A tomar por culo el barrio, la tienda de mi primo y el comercio justo como necesidad. Han llegado los yankees para decirnos cómo, cuando y dónde hay que consumir, olvidando conscientemente el por qué. Y los borregos, allá que vamos, a gastarnos lo que no tenemos en necesidades que tampoco deberíamos tener. Porque a mí, al menos, no me hace falta ni un jersey con renos para celebrar que es navidad, ni un pantalón verde, que me combine con la sudadera mostaza que nunca debí comprarme, ni dos camisas que no me voy a poner, (aunque me salgan a mitad de precio), ni un ordenador de saldo o un móvil de última generación (aunque me llamen tonto por no comprarlo)…
Hemos dejado de ser nosotros para acabar siendo lo que quieren que seamos. Somos tan vagos que ya nos hemos cansado hasta de pensar. ¿No sabes qué bailar? te pongo reggetón (mientras menos letra y más absurda: mejor), ¿no sabes como entretenerte? Pues aquí tienes un nuevo Reallity show. Túmbate en el sofá que las desgracias ajenas son muy divertidas. ¿quieres una nueva fe pero las religiones no te van? Ahí está Disney, para hacerte sentir como una princesa y fomentar tus inquietudes de vida de dibujos animados con 20 minutos de publicidad cada hora de emisión.
Somos un rebaño, una sociedad de zombies consumistas hipnotizados por la versión moderna del pan y circo. Luego dirán que las escuelas catalanas adoctrinan, y ahí estamos nosotr@s supeditad@s a los términos capitalistas de un contrato que hemos firmado a punta de pistola.
Se acabaron los filetes rusos, molan más las hamburguesas. Vamos a matar a un pavo, aunque aquí los únicos pavos sean los políticos que nos Gobiernan (pero esos nos comen a nosotros, no al revés). Jubilemos a los reyes magos, al Olentzero y a los Caganers , que hay un gringo viejo que hace «jojojó» y te trae regalos hipnóticos desde el otro lado del Atlántico.
¿Dónde ponemos el filtro? ¿Dónde queda nuestra idiosincrasia? ¿Dónde queda lo artesano? ¿y el mercado tradicional? ¿Dónde quedan los valores y los principios? ¿Para qué queremos el cerebro?
Acabaréis jugando a Béisbol o a fútbol americano, acabando con el calzado de Elda con vuestras Nike rosas, cambiando el turrón de Jijona por Cookies con forma de Grinch, las muñecas de Ibi por Barbies, la complicidad del barrio por el frío pasotismo de un centro comercial, te frustrará aspirar a un Ferrari en vez de a la felicidad cotidiana. Lo global destruirá los cimientos históricos de la tradición y sin apegos no seremos más que robots deprimidos, cuerpos vacíos vestidos a la moda ridícula que marcan los que nunca pensaron en ti, y en tu condición de ser individual.
Y aunque te creas especial, no serás más que un elemento prescindible de una manada de bestias en la que siempre te sentirás solo. Porque en el consumismo no hay tiempo para romanticismos, ni para tradiciones ancestrales, ni para locuras. La globalización es un elemento marginador que trata de comerse al que se siente diferente. El capitalismo es la ley del mediocre, el fin de los adjetivos y de las diferencias de pensamiento, que son las que, realmente, cambiaban el mundo.
Han conseguido que nos sintamos cómodos controlados. Si quiero saber dónde estás, busco en tu instagram, si quiero saber como estás, leo tu facebook, si quiero saber de ti, te mando un whatsapp… ya no necesito verte, mirarte mientras me cuentas algo interesante, tocarte, sentirte… ya no necesito una familia en Navidad, basta con un árbol y unos cuantos regalos. No necesito tumbas ni huesos de santo, porque las calabazas y las máscaras de películas y series yankees, son mejor argumento que recordar, como se ha hecho siempre, a tu difunto abuelo.
Llamadme raro, o anticuado, pero noviembre me ha puesto triste. Pasé el Black friday en un taller de títeres y el fucking saturday en un refugio, a más de mil metros de altura hablando de principios y matices en una cocina. Yo no necesito teles, ni armarios llenos. Yo prefiero tener el zurrón, de argumentos para seguir vivo, repleto de momentos compartidos con familiares, vecinos y amigos y no va a venir ningún guiri a decirme cuando celebrar las cosas, ni con quién, no van a marcar mi menú, ni a decidir qué me gusta o qué necesito.
Me voy a comprar el pan al obrador de Toni…
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