Tal vez, durante estos casi 80 días, he tenido demasiado tiempo para idear utopías. Quizá esta pandemia ha generado muchas distopías dentro de todos esos debates que, por desgracia, no se llevaron a cabo. Pero como es evidente que no van a cambiar tantas cosas como algunos profetízaban, puede que haya llegado el momento de replantearse el sistema político que muchos hemos criticado por redes sociales, rompiendo el esquema izquierda-derecha-centro-nacionalismos, con la incursión de gremios y colectivos que lleven a Ayuntamientos, diputaciones, parlamentos autonómicos o, por qué no, al Congreso, propuestas concretas, plausibles y que nadie mejor que los propios interesados van a saber defender y moldear para que no sucumban a las crisis venideras.
Dos «gremios» han evidenciado esta necesidad acuciante de cambio de concepto de manera gráfica durante la pandemia: Los autónomos, que si no se movilizan los crujen de mala manera y los sanitarios, que han pagado la precariedad y el olvido que las mareas llevaban años denunciando en comunidades como Madrid o Valencia.
La Cultura ha vivido algo similar. Sin un convenio, mucho (mal)pago en negro o una dependencia excesiva de las subvenciones, las artes se enfrentan a una de las crisis más fuertes que se recuerdan. Muchos colectivos se han apresurado a asociarse para reclamar individualmente sus derechos, pero a lo mejor ha llegado la hora de sentar unas bases haciendo lo que, supuestamente, mejor se les da a los artistas: CREAR DE LA NADA.
Esta vez, la composición tiene un punto de partida común a todos los implicados, que no es otro que LA DIGNIDAD. Pero para elaborar un proyecto válido quizá más que una manifestación, una negociación en la que te acabes bajando los pantalones (como durante la fallida huelga) o la eterna espera traicionada por los partidos de izquierdas cuando llegan al poder, es hora de crear un movimiento que evite que, como siempre, l@s Concejales/Diputados/ Ministr@s de Cultura lleguen a sus cargos de rebote, como el último mono, sin preparación, ni conocimiento, ni curriculum que les valide para ejercer el puesto que ostentan y cobrar los sueldos que cobran.
¿No os repugna que los proyectos culturales duren sólo 4 años (como mucho)?, ¿que los planes de cultura (o educación) los arruinen incompetentes que están ahí por pertenencia, no por convicción? ¿qué haya millones de euros en manos de zoquetes desinteresados?.
Analizando la situación hay espacios públicos de sobra y presupuestos que bien gestionados pueden cubrir muchas necesidades y peleados pueden duplicarse, triplicarse o, al menos, amortizarse mejor de lo que se malgasta ahora.
La vieja política, y la nueva, han menospreciado siempre la cultura. Por eso, puede que haya llegado la hora de que sean los artistas los que tomen las riendas del asunto para sacar de la oscuridad a la cultura. Ya que ellos no han dado voz a entes independientes es el momento de que ese lastre de las siglas pase a mejor vida y se enfoquen las cosas desde un prisma diferente.
¿Cómo? Creando un partido formado por un comité de «culturetas» en el que todos los colectivos (empresarios, actores, músicos, bailarines, ilustradores, medios…) tengan cabida. Estos discutirían (mucho) y elaborarían un programa cultural con una línea común, sinergias regionales y medidas exclusivas para cada ciudad/pueblo/comunidad.
Después, obviamente, se elegirían los pertinentes representantes y se presentaría un programa a las futuras elecciones. Si sale bien, no es difícil que cualquier partido, cediera el cargo menos valorado (el de concejal/diputado/ministro… de cultura) en una negociación de investidura, a cambio de un voto. Y en cuatro años se pueden sentar muchas bases que el cortoplacismo y el desinterés no han permitido forjar casi nunca.
Si no se llega a sacar representantes, al menos habrá un programa al que quien gobierne pueda recurrir en caso de incompetencia máxima como está ocurriendo, sin ir más lejos, en muchas poblaciones de la provincia de Alicante.
¿Tan raro es pensar en Gestores trabajando por la cultura?, o trasladado a otros gremios: médicos gestionando la sanidad, jueces y abogados elaborando leyes, autónomos exigiendo sus derechos, profesores dibujando una ley de educación transversal y duradera (por fin)… A mí no me lo parece, porque éso me parece más importante que que sean de izquierdas, de derechas o pertenezcan a uno u otro partido. De hecho, veo más factible que un colectivo que defiende la educación encuentre similitudes con otro que busca el bien de la cultura, o que un pacto para elaborar leyes sobre, por ejemplo, la propiedad intelectual, las negociarían mejor un actor o una música y un abogado, que dos profesionales de la política que no tienen otro fin que ir de cargo en cargo acumulando réditos para la jubilación. Y eso sin entrar a hablar de convenios, de subvenciones o de como encauzar todas las necesidades que hemos visto reclamar durante las actuaciones que nos han entretenido durante la cuarentena.
En fin, que dicen los radicales ablandados que el sistema se cambia desde dentro, pero con las reglas antiguas, al final, las reivindicaciones se acallan en ese fin último llamado ansia por Gobernar. Los moderados, en cambio, repiten mucho la retahíla de que debe Gobernar quien sabe hacerlo. En esta utopía se cumplen las dos cosas y bien visto, podría ser el principio para que lo innegociable se ponga sobre la mesa y en lugar de discutir quién es más español, o quién lo hizo peor antes, el Congreso, las diputaciones y los ayuntamientos, alberguen los problemas reales de la población, que, en el fondo, para éso están.
La idea está ahí, para quien se atreva a coger el guante. No pretendo postularme como candidato y me importa un huevo que vuelvan a llamarme loco, otra vez. Yo sólo pienso en los que como yo, no se sienten representados hace mucho tiempo, por los nombres de las papeletas de siempre. Y quizá, ahora que nombraríamos presidente a un médico sin dudarlo, no creo que sea tan descabellado imaginar que cada campo requiere un gobernante con el currículum acorde al puesto que ostenta, como pasa en todos los puñeteros trabajos del mundo.
Mi pregunta es ¿Por qué en política no?
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